06 noviembre, 2011

Las enanas blancas se acaban apagando.


  Empecé a besarla por los labios, con cuidado, porque parecía tan frágil que pensaba que se rompería si actuaba con demasiada ferocidad. Ella no movió su boca, no reaccionó a mis besos. Se mantuvo impertérrita, con la mirada perdida en algún punto a mi espalda y las manos quietas a ambos lados de su cuerpo.
  Intenté hacerla revivir deslizando mis labios por su mandíbula, incluso le mordisqueé con muchísima suavidad la piel del cuello, pero sus brazos continuaron inertes, no me rodearon ni dio muestras de estar disfrutando mis caricias. Titubeé y levanté la vista de su suave piel morena para mirarla a los ojos. Las lágrimas se habían desbordado y caían formando un riachuelo por sus mejillas, pero no parpadeaba. Ni un solo músculo se le movía en el cuerpo, parecía un maniquí de infinita belleza, pero totalmente vacío de sentimientos.
  -    ¿Annie? ¿Estás… bien? – susurré, con el temor en la voz. La sensación de que estaba haciendo algo incorrecto, erróneo, me llenaba por dentro y me obligó a apartarme de su cuerpo inmóvil.
  Se limitó a asentir una única vez, aún sin ser capaz de mirarme y llorando sin poder detenerse. En su rostro se leía un inconfundible dolor, su mirada cargada de angustia, su respiración pesada y sus labios entreabiertos en un mudo gemido de tristeza. Parecía que algo la desgarraba por dentro y que empeoraba cada vez que la tocaba, por mucho que yo intentara que mis roces la reconfortaran. Estaba rota, como una muñeca de porcelana consumida por el tiempo, y cuando la mirabas fijamente, se hacía perceptible que no tenía arreglo. Que su corazón estaba partido en demasiados pedazos para reconstruirlos, que sus costillas se habían fragmentado y sus pulmones estaban encharcados de lágrimas. Y, lo más importante, que ella no quería volver a estar entera.
  -    No tenemos porqué hacer esto si no quieres. Puedo irme…
  Antes de que terminara de hablar, ella ya negaba enérgicamente con la cabeza. Al fin, clavó sus pupilas en mi rostro, descompuesto por el desconcierto y la tristeza, por ella, porque no era capaz de arreglarla. No era suficientemente fuerte para salvarla de sí misma.
  -    Quédate conmigo, Andy – susurró. – Por favor, no me dejes sola. Porque entonces, creo que me empezarán a fallar los pulmones, el corazón y el cerebro. Y no tendré fuerzas para luchar contra ellos, para seguir sobreviviendo. No me dejes, por favor.
  Fui incapaz de contener las lágrimas al escuchar su voz, rota, cada sílaba impregnada de la certeza de que su vida se había apagado y que su respiración era un eco del pasado, una rutina que había adoptado y que mantenía sin estar segura del porqué. Sabía que me lo pedía porque, si no, se dejaría llevar por la nada y, aun estando tan destrozada, tampoco quería desaparecer para siempre; prefería seguir estando en el interior de un recipiente caliente.
  Pero, en realidad, Annie era como una enana blanca, el resultado de la muerte de una estrella. Ella había sido la más grande del firmamento, había brillado como ninguna. Pero, llegado un  momento, su combustible acabó.  De repente, su luz se volvió muy leve y perdió las fuerzas para seguir siendo una estrella.
  Como pasa con muchos astros, los demás no se enteraron de que se había apagado su fulgor hasta demasiado tiempo después, pero es que las estrellas están demasiado lejos de nosotros para que las percibamos en todo su esplendor a cada instante.
  Siguió emitiendo un brillo apagado durante unos instantes más. Y ahora, con la cantidad de energía rozando la total desaparición, se estaba convirtiendo en una enana negra. Eso suponía su muerte total, ni un hálito de ella seguiría permaneciendo.
  Eso era lo que ella temía, que el poco combustible que le restaba se acabara porque no era capaz de mantenerlo activo. Aquella noche, con las lágrimas desbordadas y los labios temblando, me pidió que yo la mantuviera encendida. Incapaz de dejar que algo tan hermoso se extinguiera para siempre, me tumbé a su lado, la estreché con fuerza entre mis brazos y le susurré al oído que fuera fuerte, que sobreviviera, que no nos negara su perfección. Pero creo que ella ya no escuchaba.

2 comentarios: