14 noviembre, 2011

Un problema de metro ochenta.


  Se levantó con el pelo enmarañado, la marca de la sábana en la cara y los ojos casi cerrados. Se arrastró fuera de la cama y condujo sus pesados pies al baño, con el fin de lavarse la cara, limpiarse un poco, peinarse y empezar a ser humana, porque, en aquellos momentos, no se la podía considerar como tal.
  Paseó su desnudez hasta la ducha y abrió el agua caliente al máximo, consciente de que su compañera de piso la reñiría por ello. Daba igual. Necesitaba el agua caliente para despertar la mente del letargo y ocuparse del problema que tenía entre manos. Luego vendrían un par de litros de café, sin duda.
-            - Joder – susurró, pasándose las manos por los ojos.
  Recordaba un tercio de la noche anterior, justo hasta el momento en el que el tequila había afectado en exceso a su ya maltrecho organismo, después de haber salido toda la semana. Pero no podía quedarse en casa, donde los recuerdos la asaltaban por las esquinas.
  Rebuscó en su armario por algo de ropa limpia, con la toalla envolviendo sus curvas y el cabello oscuro, suelto y rebelde por la espalda. Luego volvió al baño. Se vistió con movimientos rápidos, se aplicó el maquillaje, se aseguró de que el pelo estuviera decente y volvió al dormitorio. Miró a su problema. Debía medir cerca de metro ochenta y no estaba mal; siempre había estado dotada de buen gusto para aquellos asuntos. Con el pelo bastante rubio, tirando a dorado, y rasgos marcados, pero sin resultar excesivamente rudos; simplemente viriles. Para una chica normal, habría sido atractivo y un placer levantarse compartiendo cama y sueños con él. Para ella era un suplicio. Ni siquiera podía recordar su nombre, sus caricias. Era una mancha negra en su memoria y ahora, encima, tendría que conseguir que se largara sin pedirle su número, dejándole muy claro que no quería que volviera.
  Volvió a mirar el desconocido y el cansancio volvió su cuerpo más pesado. No quería hacer aquello, no podía. Estaba harta. Solo quería olvidar.
  Echando un último vistazo a la habitación, se dio la vuelta y se fue. Cerró la puerta con sigilo a sus espaldas y se marchó sin un “buenos días”. Porque en días de resaca, nunca le apetecía resolver problemas de metro ochenta excesivamente atractivos.

4 comentarios:

  1. Si ella no lo quieres me lo mandas que los chicos de metro ochenta y pico .... bueno tu ya sabes ^^

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  2. jajajajajajjajajaa Los metros ochenta y picos al final... En fin xD

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  3. Ya , por una mala experiencia no vamos a marginaralos de metro ochenta y pico no?

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  4. Jajajajajjajaja yo es que prefiero a los de metro noventa *-*

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