06 diciembre, 2011

Soy un drogadicto de la cadencia de tu risa.

-    ¡Eres imposible de querer! – gritó Jack furioso.
-    ¡Jamás te he pedido que me quieras! – replicó ella, con una mirada furibunda. Incluso parecía que unas pequeñas chispas emanaban de su ser.
  Se alejó de él, en dirección a la ventana, y cerró los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Lo sabía. Siempre había sabido que ese día llegaría, el momento en el que él no pudiera soportarla más y se fuera para siempre. No lloraría, se lo había prometido a sí misma. Ni haría nada para retenerlo. Era la mejor elección posible; de lo contrario, Jack acabaría sufriendo. Siempre conseguía que todos los que estaban a su alrededor acabaran heridos profundamente, algunas veces, sin posibilidad de recuperación.
  Se sorprendió al sentir su mano rozando su hombro y sus labios besando con suavidad su pelo.
-    Es cierto. Nunca me lo has pedido, pero, ¿creías que había algún modo de no acabar amándote?
-    No merezco que me quieras. – Susurró, con la voz rota.
-    Vaya mentira. -  Sus palabras fueron acompañadas de una carcajada. Ella se giró para enfrentar sus ojos, que nunca mentían.
  Y allí estaba. Seguía amándola. Lo apreciaba en el brillo de sus iris grises, en la forma en la que los estrechaba al mirarla y en la sonrisa que se marcaba en sus pupilas.
-    No lo entiendo, Jack.
-    Layla, no podría no amarte. Mi corazón tiene grabadas todas las letras de tu nombre y está acompasado con tus respiraciones. Si no me tocas cada día, si no oigo tu voz, se me colapsará el cerebro, te lo aseguro. Soy un drogadicto de la cadencia de tu risa, un yonqui de tu aroma. Y, cuando me faltes, sé que no sobreviviré ni un instante más.
-    Te haré daño.
-    ¿Nunca te han dicho que las cosas que valen la pena no son fáciles?

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