La encontré sola en la sala de comando. Estaba
apoyada en la barandilla, observando a través de la enorme pared de cristal la
inmensidad del universo que se extendía delante de nuestra nave, que surcaba
las constelaciones a cada instante, ignorando a todas las estrellas que dejaba
a su espalda.
Llevábamos en aquel viaje a través de galaxias
alrededor de tres meses. Había días en los que olvidaba porqué me enrolé en
aquella travesía sin fin en busca de aventuras. ¿O era de riqueza? Mis motivos
ya ni siquiera importaban, solo las consecuencias de mis elecciones.
Estaba a varios cientos de años luz de casa, rodeado
de personas que solo se preocupaban por su propia supervivencia en un mundo
inhóspito donde había que luchar hasta para conseguir oxígeno que respirar. Y tenía diecisiete años. Quizá fuera un
detalle sin importancia, pero, por las noches, cuando el insomnio se convertía
en mi indeseado compañero de cama, ese pensamiento se repetía una y otra vez en
mi cabeza, como un mantra grabado en un disco rayado.
Solo tienes
diecisiete y cada día que vives… podría ser el último.
Esa era la razón, esa maldita obsesión que me
corroía las entrañas, de que me hubiera levantado a las tres de la mañana (hora
estelar); ya no era capaz de seguir tumbado en la cama, contando una y otra vez
las manchas del techo sucio y destrozándome la moral. Me puse la primera
camiseta limpia que vi encima de los desgatados vaqueros (solo a mí se me
ocurriría iniciar una aventura a través del espacio solo con tres pantalones),
recogí los auriculares y el aparato reproductor de música y me los puse en los
oídos.
El aparato se conectó un instante después con mis
neuronas cerebrales, seleccionó la música que deseaba oír y empezó a
reproducirla directamente en mi cerebro: una canción rápida, dura y demasiada
alta, justo lo que necesitaba para abandonarme de todo lo que me rodeaba.
De algún modo, mis pies, por cuenta propia, me llevaron
hasta la sala de comando, quizá para disfrutar de la panorámica. Lo cierto era
que era… increíble se quedaba corto. Maravilloso, indescriptible. Observar los
astros a nuestro paso. Indudablemente, los más bonitos eran las estrellas
fugaces y los cometas, con ese halo azul a sus espaldas. Podría pasarme horas
contemplándolos en su recorrido en órbita, pero la vida en una nave espacial
es, cuando mínimo, atareada. Y casi siempre estresante.
Salamandra estaba de pie, apoyada en la barandilla,
y siguiendo con sus ojos la estela que dejaban los motores a su paso. Por
supuesto, no era su nombre de verdad, pero todos allí teníamos un apodo, un
alias que nos representaba mucho mejor que el sustantivo que figuraba en nuestras
partidas de nacimiento, y que nos permitía olvidar lo que antes habíamos sido,
cosa que muchos de allí necesitaban. O necesitábamos, no estaba seguro.
Salamandra se apodaba así por su pelo, de un color
rojo intenso, el mismo tono de los anfibios que le daban nombre. No sabía quién
se lo había puesto (probablemente ella misma), pues cuando llegué a la nave,
ella ya viajaba con el grupo desde hacía dos años. Y tenía mi misma edad. Su
vida anterior siempre me había inspirado una gran curiosidad; cómo una chica
tan joven, de quince años, había acabado enrolada en una nave estelar en busca
de piedras preciosas y otros materiales que se pudieran vender a buen precio.
Dónde estaban sus padres, por qué estaba sola. Pero, bueno, allí todos
estábamos solos y todos arrastrábamos incógnitas y secretos a nuestra espalda.
Pensé en marcharme, para no interrumpir su momento
de intimidad, que en aquel maldito lugar no abundaban. Me quedé un instante más
contemplándola antes de darme la vuelta, dispuesto a largarme, cuando oí su voz
que pronunciaba mi nombre. O algo parecido.
-
Sky – su voz siempre me había sonado etérea,
como si fuera un mero movimiento del viento entre las hojas.
Me detuve. Aquel era mi apodo, la persona en la que
me había convertido. La razón era sencilla: mis ojos eran del mismo color que
el cielo de nuestro planeta en los días de verano. Pero, ahora, donde
estábamos, el cielo ya no era del mismo tono que mis iris, era de un eterno
azul oscuro casi negro.
-
No quería molestarte. Ya me marcho – respondí,
girándome de nuevo. Ella también se había dado la vuelta, dándole la espalda a
la cristalera.
Salamandra tenía la piel pálida y aparentemente
frágil, de porcelana. Ese era el único rasgo de su aspecto que le proporcionaba
cierto aire de debilidad, que quedaba mermado por la dureza de sus iris verdes,
el rictus de sus labios, la intensidad pasional del rojizo de su melena, la
forma en la que apretaba las manos en puños constantemente y su sonrisa
burlona. Era bella, pero del mismo modo que podía serlo una espada recién
pulida, con un aura de peligro que te impelía a alejarte de ella. No sabía qué
la había hecho ser así, qué la había convertido en un ser humano frío y
desapasionado, pero me hubiera gustado descubrirlo. Si alguna vez me atreviera
a preguntarle.
-
No pasa nada. No me importa compartir unas
vistas tan… perfectas.
Asentí con la cabeza y me acerqué a su lado, para
observar junto con ella el cosmos que se expandía frente a nosotros. Intenté
buscar un tema de conversación, mientras la música dejaba de sonar en mis
oídos, impelida por mis órdenes neuronales. No encontré nada que decir, así que
me limité a permanecer en silencio.
-
Sky, ¿puedo hacerte una pregunta? – dijo ella de
pronto. Su voz me sorprendió, pues Salamandra no era demasiado habladora.
Normalmente, se mantenía en un rígido silencio.
-
Claro – respondí antes de pensarlo con calma. Y
luego me quedé esperando lo peor.
-
¿Por qué te metiste en este viaje? – la pregunta
había resultado casi inevitable, la había presentido mucho antes de que
escapara de sus labios finos.
Me planteé, por un segundo, mentir. Borré la idea
mucho antes de replanteármela una segunda vez. No sabía si era porque pensaba
que ella notaría la mentira o simplemente porque no quería mentirle. No a ella.
-
Supongo que porque necesitaba un cambio. No lo
pensé demasiado. Vivía en una aldea pequeña y apenas pasaba una nave cada
cuatro o cinco años. Cuando me enteré que Collapse
había estacionado allí en busca de provisiones antes de un largo viaje a través
de diferentes galaxias en busca de riquezas (o de aventuras), pensé que sería
un buen modo de escapar de la vida que tenía predestinada en aquella sociedad
monótona y vacía. Solo… quería escapar, supongo.
Inhalé profundamente después de soltar la
explicación de golpe. Esperé que ella respondiera algo, pero no sucedió. Se
mantuvo en un tranquilo silencio, hasta que me atreví a volver a hablar.
-
¿Y tú? – no pude evitar la pregunta, aunque no
estaba demasiado seguro de que me respondiera.
Salamandra me miró, sus iris verdes ocultándome incontables
secretos, respaldados por sus pupilas, que parecían más dañinas que mil
agujeros negros. Entonces, sonrió. Aquella fue la primera vez que contemplé su verdadera sonrisa, no la despreciativa
mueca que solía esgrimir. El gesto le suavizaba el rostro y la hacía parecer
mucho más niña, realmente una chica normal de diecisiete años en lugar de una
mujer madura y seria.
-
Creía que no lo preguntarías – replicó. Luego,
volvió a desviar la vista hacia el paisaje. – Entré en la nave cuando tenía quince
años, pero eso ya lo sabrás. Igual que tú, estaba escapando. Como la mayor
parte de los que vinimos aquí. En mi caso, intentaba escapar de la persona que
era, de la vida que tenía. De un destino que consideraba mucho peor que la
muerte, recurso que también me había planteado. Y, cuando el Collapse desembarcó en mi ciudad, no lo
dudé ni un instante. Me presenté frente al capitán y… - se rió levemente, un
sonido que contenía más magia que el polvo de hadas – ordené, literalmente, al
capitán que me aceptara. No me podía permitir que no fuera así.
Su mirada se desenfocó un instante, perdida en sus
recuerdos. Yo contemplaba su rostro, encandilado. Al verla tan de cerca por
primera vez, reparé en que tenía unas pequeñas pecas alrededor de la nariz y
por las mejillas, dispersas por su piel, apenas notables, pero que le daban un
matiz risueño que nunca había apreciado.
-
Me costó que me aceptara, ¿sabes? Al fin y al
cabo, solo era una niña de quince años, sin fuerza física que sirviera en una
nave. Pero le demostré que era lo suficientemente inteligente para serle útil y
lo suficientemente fuerte para sobrevivir en cualquier medio. El resto es
historia.
Volvió a mirarme, esta vez sin sonreírme. Frunció
los labios y apretó la mandíbula, un síntoma claro de que aún no había
terminado de hablar.
-
¿Sabes por qué te cuento todo esto? – me preguntó
de repente.
Negué con la cabeza, desconcertado. Salamandra era
impredecible.
-
Porque quiero que sepas que estoy fragmentada,
desde mucho antes de venir. Por eso siempre tengo el semblante serio, los ojos
duros, la mirada fría. Mi corazón es una zona yerma, donde ya los sentimientos
no florecen. Por eso, no debes enamorarte de mí, ¿entiendes? – No se detuvo a
esperar una respuesta. – Estoy vacía, casi muerta por dentro, y solo me queda
lo suficiente para seguir respirando y disfrutando de estos viajes galácticos
con los que puedo olvidar quién soy en realidad, el monstruo en el que me he
convertido. Nunca te corresponderé, por la simple razón de que no soy capaz de
amar.
Se acercó un par de centímetros más. Su mano rozó
la mía sin querer y el contacto fue como una descarga eléctrica que me recorrió
por completo, pero no fui capaz de apartar la vista de sus iris verdes, que me
mantenían hechizado bajo el influjo de su mirada. No podía moverme, ni quería
apartarme de ella.
-
No te enamores de mí, Sky. No soy una buena
chica, no soy de las que entregan su corazón sin reservas. Sé que tú eres buena
persona, que probablemente me dirás que me tratarás mejor que los demás, los
que me hicieron tanto daño que me destrozaron. Y será verdad, pero a mí no me
importa. No te enamores de mí, porque, si no, lo único que conseguirás será
sufrimiento.
No musité una sola palabra. Los sonidos se habían
perdido en algún punto entre mis cuerdas vocales y mis labios y sentía como si
mi cuerpo hubiera dejado de responder. Intenté decir algo, una simple sílaba
que aliviara la tensión o incluso alejarme de ella. O besarla. Pero me quedé
completamente quieto, hasta que ella cerró los ojos y se separó de mí.
Ni siquiera entonces fui capaz de decir nada. Me
quedé parado, mirándola. Ella se dio la vuelta y se alejó de mí, en dirección
al pasillo que llevaba a los dormitorios. Tampoco volvió a decir nada; había
cumplido con éxito su objetivo de advertirme acerca de que mantuviera mis
sentimientos alejados de ella.
Pero lo que Salamandra no sabía (o quizá sí, pero prefería
simular lo contrario) era que ya era demasiado tarde. Independientemente de sus
deseos, de lo razonable, de lo mejor para ambos, yo ya estaba enamorado por
completo de ella.
Había pensado en escribir otro relato, una especie de variante del anterior, pero hoy las musas si han sido buenas conmigo y me han dejado este, que me parece mucho más magnético e impresionante que el otro que había pensado. Un mundo futurista, una nave navegando a través de las estrellas, una chica fría y vacía y un muchacho de diecisiete años desesperado por devolverla a la vida. Creo que podría ser una nueva historia a continuar, una más que añadir a la lista de "This is our history" en la izquierda. ¿Opinión?
Hoy no hay canción, pero es que no siempre se puede tener todo.
Me encantaaa~ *O* es perfecta y genial!! Es demasiado guay y original en el sentido futurista, pero no se por qué pero nada mas leer pensé en Futurama.
ResponderEliminar-->Deberías<-- continuarla y añadirla a "this is our history" *///*
Me gusta eso de un mundo futurista, no está nada mal.En caso de que quieras continuarla el final ya es obvio a no ser de que te de por ser,otra vez, la persona más atroz del cosmos.
No comprendo a qué te refieres cuando dices "riquezas".Riquezas de dinero,sabiduría o qué?
¿En serio? ¿Te gusta? <333 Pero no entiendo la comparación con Futurama xDDDD
ResponderEliminarLa verdad es que me apetece hacerlo, incluso estoy delineando los personajes principales y secundarios, toda la tripulación.
No quiero que el final sea predecible, así que, probablemente, no será lo que esperas ni yo lo que espero; intentaré hacer algo nuevo e impactante (ya, claro).
Riquezas en el sentido de dinero, es una nave de mercenarios en busca de oro (pero son buena gente) (casi todos).
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ResponderEliminarNot bad.
I'm back, honey.