26 mayo, 2012

Voy a necesitar la suerte de mil galaxias a la redonda. (V)


Lightning me encontró en lo que denominábamos “el cascarón”. Había una pequeña zona, en la parte superior de la nave, por fuera de las paredes que nos protegían de la variable gravedad y de los peligros interestelares, que nos permitía escapar del encierro constante del Collapse hasta cierto punto. No nos liberábamos por completo, pero, al menos, dejábamos de estar encerrados por cuatro muros de metal casi infranqueable y podíamos observar algo sobre nuestras cabezas que no fuera el mismo techo de color cobre.
Salir era peligroso. Sí, es cierto que nos poníamos siempre el equipo de gravedad estabilizada y nos sujetábamos con la cinta (la fabricada de cristaleno, la que no podría romper ni una sierra eléctrica) a la cubierta para no escapar volando de repente, pero siempre quedaba la posibilidad de que un meteorito extraviado se chocara contra el casco de nuestra nave. Desde dentro, apenas se sentiría como una vibración, un leve temblor. Allí fuera, sin recubrimientos de metal que me protegieran, me aplastaría por completo.
Pero no podía continuar encerrado en la nave. Tras ver… aquello (Thunder besando a Salamandra con pasión, las piernas de ella en su cintura, las manos de él en su espalda… Imágenes que se repetían en bucle en mi cerebro) no podía permanecer quieto. Tenía que salir, que respirar aire libre, aun con la bombona de oxígeno suministrando el preciado gas que no se encontraba cerca, sino que estaba a años luz de donde estábamos.
No sé cuanto tiempo tardó mi compañero de habitación en encontrarme, pero no creo que fuera ni una hora. Yo estaba tumbado en el suelo del exterior de la nave, siguiendo un cometa con la mirada, aunque no tardaría mucho más en desaparecer de mi vista rumbo a otras galaxias. Mis ojos seguían esa silueta, pero mi mente seguía rememorando lo que había visto y, cada vez que lo hacía, se me fragmentaba un poco más el corazón. Sentía un vacío en el estómago, como si todas las mariposas de los últimos días se hubieran largado volando al chocarse contra la cruda realidad. Sentía las extremidades flojas, como si mis nervios y mi cerebro se hubieran tomado un descanso en su relación.
Lightning se sentó a mi lado, con la espalda apoyada en la pared. También tenía su traje de exterior: un casco que cubría la cabeza y al que estaba conectado el oxígeno y una fino mono negro, ceñido al cuerpo, que contrarrestaba la gravedad. Los pesados y enormes trajes de los astronautas del siglo XXI habían quedado atrás mucho antes de que yo naciera.
Permaneció en silencio un buen rato después de llegar, simplemente observando el Universo girando imperceptiblemente a nuestro alrededor, igual que yo. O quizá, también como yo, tuviera la mente perdida en otras ideas, aunque dudaban que fueran tan dañinas como las que me cruzaban el cerebro a mí (una y otra vez).
-          No sé si podrás entenderlo  - soltó de pronto.
-          Lo entiendo perfectamente, Lightning.  No tengo tres años. – Cerré los párpados. No necesitaba aquella conversación. No quería consuelo, ni apoyo. Y mucho menos del hermano menor de la persona a la que más odiaba en aquellos momentos de todos los sistemas solares existentes.
Volvía a quedarse callado un par de minutos, supongo que dándome tiempo para que me calmara, antes de continuar.
-          Nosotros… llevamos aquí tres años. Y… solo nos relacionamos los unos con los otros, ¿sabes? Esas cosas pasan, como yo con Sparks o Romeo y Julieta. Bueno – se encogió de hombros – Romeo y Julieta ya vinieron así de fábrica, pero sabes a lo que me refiero.
Inspiró profundamente. Por un segundo creí que me iba a tocar y me encogí, pero él no se movió ni ápice.
-          He venido a decirte algo, Sky. Algo concreto. Sé que ahora mismo solo tendrás ganas de echarme de una patada a cualquiera de esos planetas, estrellas o lo que sea y olvidarte de que existo, así que seré rápido. – Hizo una pausa, pensando qué decir con exactitud. – No es amor. – Dijo sin más. – Entre mi hermano y Salamandra no hay amor, es solo la satisfacción de una necesidad. Vivimos en esta maldita nave y no podemos relacionarnos con el exterior, porque tenemos una espada pendiendo encima de nuestras cabezas. Si confiamos en alguien incorrecto, morimos. Nosotros y el resto. No podemos poner la vida de los demás en peligro de ese modo, así que vivimos aquí, recluidos. Solo nos tenemos mutuamente y… acaba pasando. Lo suyo – no especificó a qué se refería, ambos lo sabíamos – surgió antes de que tú llegaras. Simplemente, porque solo Thunder (y Sparks) eran capaces de tratar con Salamandra. Entonces, mi hermano y ella pasaban mucho tiempo juntos… y… pasó sin más.
>> Pero no hay nada más entre ellos que… la relación física – carraspeó, tan incómodo como yo, pero no se detuvo.  – Thunder no la ama, o al menos eso me ha dicho. Pero no importa lo que sienta mi hermano, en realidad. La cuestión es que… Salamandra está bastante muerta por dentro.
De pronto, se detuvo. Lo miré, buscando la razón de su repentino silencio. Estaba pensando en algo, concentrado. Finalmente, negó con la cabeza. Me miró, esperando que dijera algo, pero yo no sabía que responder ante todo aquello. Mi cerebro no estaba listo para procesar la información aún, la estaba almacenando para luego ser capaz de entenderla poco a poco cuando volviera a funcionar.
-          Bueno, quizá el término no está bien. Muerta no es la palabra. Quizá… desactivada. Es como si sus sentimientos tuvieran un botón de apagado que alguien, probablemente ella misma, hubiera pulsado para dejar de ser… humana. Débil. Vulnerable. – Suspiró. – Ha sufrido mucho, así que es comprensible esa especie de escudo. Pero lo que te quiero decir es que Salamandra, tal y como está ahora por dentro, no es capaz de amar. Ni a mi hermano, ni a nadie.  – Volvió a detenerse y esbocé una sonrisa casi inexistente, esperando el golpe final, con el que me remataría. -  Tampoco a ti, Sky.
Asentí con la cabeza y, de repente, sentí ganas de reír. Ya eran dos las personas que me venían con el  mismo cuento en los últimos días.
-          Ella me lo advirtió. Me dijo que no me enamorara de ella. – Le conté a Lightning en un susurro confidencial. – Pero ya era demasiado tarde.
-          Lo suponía – asintió con la cabeza. Flexionó las rodillas y se las rodeó con los brazos. – No la culpes. Está demasiado rota para poder ser normal, para permitirse sentir o querer ser feliz, no si su felicidad se basa en la confianza en los demás.
-          Me gustaría poder demostrarle que no siempre es igual, que no todas las personas quieren hacerle daño. Enseñarle que yo la querría de verdad. – Las palabras se me escaparon, atropellándose unas contra otras para salir de mis labios lo más rápido posible. Supongo que mi cerebro no funcionaba del modo correcto, seguía demasiado confuso e irrazonable.
-          A mí también me gustaría, pero ella nos deja a todos fuera de su escudo de impasibilidad y es imposible alcanzarla de verdad. Solo podemos arañar la superficie de quién es.  – Soltó una carcajada corta y carente de humor.  – Ni siquiera sé su verdadero nombre y la conozco desde hace muchos años.
Después de eso, los dos volvimos a perdernos en nuestros pensamientos. No sé en qué estaría pensando Lightning mientras nos dirigíamos a ninguna parte, sobre la cubierta de la nave y desafiando a la gravedad, pero yo no podía quitarme a Salamandra de la cabeza, aunque eso tampoco era una novedad. Sorprendentemente, las palabras de mi compañero me habían tranquilizado, porque ahora sí entendía que tenía razón, que Thunder y ella no compartían sentimientos realmente.
-          ¿Sabes qué? – solté sin más, una vez alcancé mi conclusión particular. – Voy a intentar curarla. Conseguiré, de algún modo, penetrar en sus escudos, tiraré abajo sus defensas y la obligaré a darse cuenta de que la queremos, de que vamos a cuidar de ella. Y de que podríamos ser felices juntos.
Como respuesta, Lightning se rió. Luego, me colocó una mano en el hombro.
-          Suerte, Sky. – Dijo, mientras se levantaba para regresar dentro de la nave.
Desapareció a través de la puerta en apenas un par de segundos, antes de que le pudiera contestar. Sonreí.
La voy a necesitar, Lightning. De verdad que sí.

Esta entrada no engaña a nadie. Es un poco (bastante) insípida, pero era lo que tenía en mente hacer y aquí esta. A esta historia, a Salamandra y Sky, no le queda demasiado, aunque quizá me equivoque y resulte que sí. No puedo asegurar nada.
De nuevo, repito que mi blog posiblemente esté comatoso en los próximos días, aunque me planteo escribir un par de continuaciones de Daerys y Matt, pero no es seguro. Solo es algo que estoy moldeando en mi mente y, si se convierte en algo bien formado, lo subiré. 
p.D. Siempre cumplo mis promesas, eh.
Bulletproof heart. ADORO el título de la canción (traducción: corazón a prueba de balas), y creo que no podría quedar mejor en esta entrada. Ay, Salamandra, a ver si Sky acabará consiguiendo darte una descarga de 200 vatios y reactivará tu corazón aletargado.

23 mayo, 2012

Veinticinco metros de caída libre.


Debían de ser al menos las dos de la madrugada cuando la encontró.
Quizá fuera el destino, porque, ¿qué probabilidades hay de encontrar a una chica encaramada a lo alto de un puente un jueves a las dos de la madrugada, con el cielo nublado y a punto de llover? Y eso que él solía volver a casa temprano. Maldita sea, eso le pasaba por dejarlo todo para el último momento, la acumulación de trabajo lo había llevado a esta situación.
Al principio, no la había visto. Tampoco la esperaba. Iba tatareando la canción de la radio, deseando llegar a casa y tumbarse en la cama, cerrar a los ojos y no abrirlos en un centenar de horas. La suerte no estaba de su parte aquella noche, de eso no cabe duda.
Las luces de los faros delanteros del coche dejaron clara la figura de una persona cuando llevaba la mitad del puente recorrido. Durante tres milésimas de segundo creyó que era una farola. Luego, vio como se ondeaba su melena al viento y movía los brazos.
Frenó en seco, produciendo el chirrido de los neumáticos contra la carretera. Derrapó ligeramente y se paró en seco a tres metros de la persona que esperaba de pie en el muro. La observó, perplejo. Había oído muchas veces historias de sucesos semejantes, pero él nunca se había encontrado con una suicida hasta ese momento.
Antes de poder pensar con claridad qué estaba sucediendo o qué debía hacer, salió corriendo del coche, mientras de sus labios escapaba un “¡Espera!”.
Ella no se giró. Ya lo había oído llegar, inevitablemente. El sonido del coche frenando de golpe no pasaba precisamente desapercibido. Cuando tomó su decisión, había deseado que no acudiera nadie a detenerla. Porque no quería ser rescatada, no creía poder serlo. Ya no.
-          ¡Espera! – repitió él. Lo miró de reojo, pero sin intención de bajarse del muro al que se había subido dos minutos antes de que él apareciera. No iba a cambiar de opinión simplemente por haber sido interrumpida.
Él se detuvo a un escaso metro de ella. Paró sin razón aparente, probablemente por miedo a que ella saltara sin darle oportunidad de hablar si se acercaba demasiado.
¿Tenía miedo de asustarla? Se rió en su fuera interno. Había perdido hacía demasiado tiempo la capacidad de sentir miedo.
-          No… no lo hagas – dijo él. Después, se calló, sin saber qué decir. ¿Qué clase de palabras convencerían a una chica guapa y joven de que no debía suicidarse, de que no debía desperdiciar toda la vida que le quedaba? – Tienes… tienes toda la vida por delante.
Ella cerró los ojos, reprimiendo el suspiro que quería escapar de sus labios. Ya estaba harta de la misma canción, una y otra vez.
-          Veinticinco metros. – Le soltó de pronto. – Veinticinco metros de caída libre rumbo a la muerte. Esa es la vida que me queda por delante. – Inspiró hondo y se preparó para saltar.
-          ¡No! – gritó él. – Es-escúchame, ¿vale?
-          ¿Por qué iba a hacerlo? – replicó ella, pero decidió esperar.
-          Si estás tan segura de tu decisión, ¿qué importa que me concedas un par de minutos más de tu vida? – suplicó él.
Tras pensarlo un segundo, asintió con la cabeza, dispuesta a escucharlo. Él tenía razón, aunque no lo entendía. No la conocía. ¿Por qué quería salvarla? Ni siquiera sabía su nombre o qué clase de persona era. O si se merecía la muerte.
-          ¿Cómo te llamas? – susurró él, con la desesperación impregnando su voz. Estaba claro que buscaba el modo de evitar que saltara, de ganar algo de tiempo.
-          Daerys. – Respondió la chica, cortante.
-          Daerys. – Repitió él. – Bien, yo soy Matt.
-          ¿Debería decir que es un placer conocerte? – estaba usando el sarcasmo como defensa y lo sabía, pero no podía permitirse echarse atrás. Había hecho su elección: morir.
-          No lo esperaba, la verdad. – Sonaba abrumado. Aterrado. Eso le hizo gracia; no era él que estaba a punto de acabar con su vida. – Daerys, ¿estás segura de lo que haces?
Matt intentaba buscar un punto débil, un modo de atraparla y de arrastrarla de vuelta a la seguridad del deseo de que su corazón siguiera latiendo. Pero no la conocía. No tenía ni idea de qué decir, de cómo convencerla, y el pánico le atenazaba el estómago, la constante inquietud de no lograrlo y contemplar como saltaba al vacío. Veinticinco metros de caída libre, había dicho ella. Suficientes para detener un corazón.
Daerys esbozó una sonrisa triste. Se había prometido no llorar y no le gustaba romper promesas, ni siquiera las que se hacía a sí misma. Respiró profundamente y afianzó los pies en el suelo.
-          Sí. 
-          ¿Por qué?
-          Es la única opción que me queda.
Matt se acercó un par de pasos y ella lo percibió. Le dirigió una fría mirada de reojo y él comprendió. No debía acercarse más o su tiempo de charla terminaría con su silencioso viaje hasta la muerte.
Él tenía ganas de gritar, de suplicarle que bajara de aquel maldito muro. No podía soportarlo una vez más.
-          Siempre hay más opciones.
-          Esa frase suena a cuento de hadas. Pero esta es la realidad. Y mi realidad es que la única salida es… esto.
-          ¿Ni siquiera eres capaz de decirlo? – estaba buscando una esperanza, aunque sabía que sería inútil.
-          Morir. Suicidarme. Detener mis constantes vitales, apagar el susurro de mi corazón. Colapsar mi cuerpo con una caída mortal. Detener el tránsito de aire en mis pulmones y abandonar la vida como una colilla gastada. – Recitó una a una las palabras y volvió a sonreír, esa mueca triste que relevaba el dolor que la embargaba por dentro. - ¿Necesitas más sinónimos?
-          No – susurró él.
Daerys apretó los puños y cerró los ojos con fuerza, en lo que Matt supo que era un intento de retener las lágrimas dentro de sus ojos. Se agarró a aquello como a un clavo ardiendo, deseando que aun quedaran en ella suficientes ganas de vivir como para estar triste por ello. Quizá estaba en problemas (lo suficientemente serios como para plantearse la muerte como única alternativa) pero aun existía la posibilidad de convencerla de poder arreglarlo. Esas lágrimas retenidas eran la señal que deseaba que existiera.
-          Daerys, ¿por qué no lo solucionamos todo tomando un café? O algo más fuerte. – Estaba rogándole que bajara de allí. Estaba suplicando.
-          Solo me bajaré de aquí para encontrarme con el pavimento de debajo del puente.
-          ¿Sabes? – la voz de Matt se tornó dura de pronto. – No deberías abandonar así a todas las personas que te quieren. Seguro que hay alguien en casa esperando a que regreses, o una persona que desea volver a reírse contigo. ¡No puedes marcharte así, dejándolos solos y sin saber la razón, por qué ellos no son lo suficientemente buenos para que merezca la pena vivir por ellos! – Se detuvo y apartó la vista de ella, que se había girado para mirarlo ante aquella repentina explosión de furia. – Sé de lo que hablo. Fue mi madre. Ella también decidió que su vida no merecía la pena, pero recurrió a los barbitúricos, que es menos doloroso. Y me dejo completamente solo, sin apoyo, sin nadie que me preparara el desayuno o que se preocupara de mis notas. ¿De verdad vas a condenar a eso a alguien que te quiere?
-          Supongo que ese es mi problema – se le desgarró la voz y las lágrimas ya no pudieron contenerse de ningún modo. También explotó, como una presa sobrecargada. Y derramó todas sus penas. - ¡Que a mí no me queda nadie! Nadie por quien preocuparme, nadie que me quiera. Nadie. – Llenó la última palabra de dolor, profundo y asolador. – Soy un alma en pena, abandonada, perdida y falta de ilusiones. Olvidada hasta por la esperanza. Todos a cuantos he querido se han largado sin un adiós. Y a muchos se los ha llevado la muerte.
Lo miró a los ojos y él pudo contemplar cómo se rompía por dentro. Vio sufrimiento, abandono. Vio a una niña pequeña llorando asustada, gritándole al mundo y pidiéndole explicaciones, sin hallarlas nunca. Vio la imagen de su funesto corazón desgarrado.
-          Suicidarse es una decisión cobarde. – Replicó él, chillando. Ya no le quedaban argumentos, pero seguía sin poder quedarse quieto observando como la vida de Daerys se escapaba delante de sus ojos.
-          Entonces, supongo que soy una cobarde. ¿Qué más da? – Apretó los labios y volvió a girarse hacia delante.
-          ¡No puedes rendirte, Daerys! Porque, ahora, yo te recordaré. Cuando saltes, estarás dejándome a mí atrás. Abandonándome, como te hicieron a ti. Y serás como ellos, como todos ellos, marchándote sin preocuparte de las personas que dejas atrás.
Ella lo miró, con los ojos llenos de lágrimas abiertos de la sorpresa. Retrocedió un paso, titubeó. Su cabello se ondeó sobre sus hombros, negro como la noche a la luz de las farolas y la luna.
Comenzó a llover. Las gotas de lluvia cayeron como lágrimas del cielo, que lloraban el dolor de dos almas solitarias.
Daerys bajó la vista al suelo y exhaló todo el aire contenido en los pulmones. Dejó caer los hombros.
-          Lo siento, Matt. Lo siento muchísimo. Jamás debimos conocernos. Nunca debiste encontrarme, porque ya era demasiado tarde para que me salvaras. – Lo miró a los ojos, con la resolución pintada en sus pupilas. – Ya había decidido rendirme. Y nunca rompo mis promesas.
Le dio la espalda una vez más. Inhaló muy hondo, llenando sus pulmones por última vez. Se alegró de que estuviera lloviendo, de poder sentir una vez más las gotas estampándose contra su cuerpo. Apretó los puños, cerró los ojos. Veinticinco metros de caída libre la separaban de la muerte. El cabello pegándose a su cuerpo, el miedo atascado en la garganta.
Avanzó un paso, el único que le hacía falta para dejar el muro atrás y encontrarse con el destino de su alma vacía.
De pronto, sintió unas manos en la cintura, justo en el momento en que sus pies abandonaban el suelo. La fuerza de esas manos, grandes y seguras, la arrastró hacia atrás, hasta que chocó contra otro cuerpo, que estaba justo a su espalda. Impactó contra él con la potencia suficiente para que ambos cayeran hacia atrás, hasta chocar contra el frío suelo mojado por la lluvia.
Sintió una respiración junto a su oído.
-          No. No vas a morir. No lo permitiré, Daerys. – Susurró la voz de Matt al lado de su oreja. Era baja e íntima, un juramento. – Me da igual tu decisión o tu promesa. Ahora te impongo la mía: sobreviviremos. Sobreviviremos juntos. Porque no pienso dejar que veinticinco metros de caída libre te quiten la vida, de igual modo que no dejaré que lo hagan con la mía.
-          No quería que me salvaras. – Gimió ella, rodeando sus rodillas con los brazos.
-          Sí lo querías. Ambos lo necesitábamos. – Él se sentó a su lado. – Tú no querías luchar, así que he luchado yo por ti. Le he dado más minutos a tu corazón, porque pienso repararlo. No quiero que mueras, Daerys, ni tú tampoco lo deseas. Solo necesitabas que alguien luchara por ti, aunque solo fuera esta vez.
Ella levantó la vista hacia el cielo encapotado. Sintió las gotitas resbalando por sus mejillas, mezcladas con sus lágrimas. Sintió la vida, representada por la respiración de Matt y el calor que desprendía su cuerpo. De pronto, los brazos de él la rodearon. Y, por primera en su vida, se sintió a salvo.

La vida de Daerys pendió de un hilo en todo momento. En mi mente, ambos caminos (su vida y su muerte) tenían cabida, eran una posibilidad. Me había decantado por la muerte, porque estaba segura que ella iba a saltar. Que Matt la salvara fue una decisión de última hora.
Supongo que tuvo suerte. Si hubiera escrito esto ayer o mañana, Daerys estaría muerta. Pero hoy, Matt la ha salvado. Quizá sí que sea el destino. 
Esta entrada tiene una dedicación especial para Irene(-chan). Porque ella me obligó (sí, no hay otra palabra) a escribirla, aunque yo no estuviera del todo segura de ser capaz de expresarla correctamente, de trasmitir las imágenes que llenaban mi mente. Espero haberlo hecho, Irene. Espero que te haya gustado, que sea tal y como tú querrías leer y no una historia vacía más, de esas que últimamente abundan en mi blog.
También tengo una canción para hoy: A rocket to the moon. Este ha sido mi acompañamiento para la entrada, aunque no hay ninguna razón especial. Simplemente, necesitaba acordes de fondo.
P.D. Probablemente, mi blog permanezca en coma una semana o dos y solo suba alguna entrada ocasional, porque ahora mismo estoy ligeramente vacía. Demasiado agobiada con las clases. Pero, ¡volveré!

15 mayo, 2012

¿Y si no estoy realmente muerta? (IV)


Observé a través de la enorme cristalera que nos permitía ver la belleza de las galaxias, la misma que había considerado mi lugar favorito en la nave, cómo iban cayendo los blackflies. Uno a uno. Salamandra y Sparks los derribaban sin cesar y, aunque su número era muy superior al nuestro (debían haber al menos veinte naves intentando abordarnos), nosotros teníamos las de ganar.
Pero yo no sabía qué pensar. No sabía si debía alegrarme por estar salvando la vida u horrorizarme por todas las que estábamos sesgando. Me limitaba a mirar cómo morían los pilotos de las naves, mientras todos los demás, personas a las que podía haber llegado a considerar compañeros o amigos, contemplaban impertérritos aquella masacre. Solo en la mirada de Julieta pude detectar la terrible sensación que la embargaba; la misma que me impedía pensar a mí. Los demás apenas reflejaban un atisbo de pena, una milésima de compasión.
En aquel instante, descubrí uno de los secretos del Collapse. Para sobrevivir en aquella nave, debías convertir tu corazón en piedra. Debías olvidar todo resquicio de humanidad, desterrarlo de tu interior. Y, de ese modo, las lágrimas en las mejillas de Julieta parecían la rareza, en lugar de los rostros neutrales y vacíos de todos los demás, lo que era de verdad la monstruosidad.
Cerré los ojos antes de seguir con la mirada la estela de destrucción que dejaba uno de los blackflies al caer. Uno de nuestros Destroyers le había alcanzado en los motores, sin posibilidad de salvación. Caía, perdiéndose en la nada. Y el hombre, una persona como yo, con sentimientos, con familia, con recuerdos, sueños y esperanzas, moriría irremediablemente cuando su nave chocara contra uno de los cuerpos celestes que abundaban en el espacio. La culpa me retorcía las entrañas, las ganas de vomitar parecían haberse asentado en mi estómago.
Dejé caer la cabeza entre mis rodillas y apreté la mandíbula. Esperé. Me quedé sentado, sin decir nada, sin mover ni un músculo, con los párpados firmemente cerrados. Y esperé, deseando que aquello no fuera cierto, que solo fuera una pesadilla en medio de la noche de la cual levantarme escandalizado, pero con la certeza de que no iba a convertirse en mi realidad.
Finalmente, los disparos de los cañones de rayos cesaron. Lo supe cuando sentí una mano en mi hombro y, al levantar la cabeza, vi el rostro serio y triste de Lightning.
-          Quizá sea hora de que vuelvas a casa, Sky – susurró en tono bajo.
Los demás seguían allí, en la sala, pero nadie hablaba. Tampoco me miraban, aunque sabía que todos estaban pendientes de mi reacción. Pero yo ya no sabía cómo tenía que reaccionar; no tenía ni idea de qué hacer. No quería permanecer en la nave, no quería volver a casa. No quería y, a la vez era lo que más deseaba, volver a ver a Salamandra aparecer, sabiendo que ella era la responsable directa de la muerte de tantas personas. Sabiendo que era una mercenaria, una asesina. Ya no estaba seguro de poder mirarla a los ojos y, aún así, no me cabía duda alguna de que seguía suspirando de amor por sus ojos verdes.
Miré a Lightning, buscando en mi atolondrada mente una respuesta. Nada. Las palabras se habían mezclado unas con otras, se habían diluido. ¿Qué iba a hacer ahora que sabía la verdad? De repente, deseé seguir en la ignorancia, no haber descubierto nunca el terrible secreto de la nave ni de sus ocupantes.
Salamandra y Sparks aparecieron en ese momento, descendiendo en la misma plataforma que las había llevado hasta su trabajo de homicidas, con la tranquilidad pintada en el rostro.
-          Empate – decía la rubia, con los labios fruncidos.
-          He ganado, Chispitas. Lo sabes tan bien como yo.
Sparks bufó y puso los ojos en blanco, en un mohín enfurruñado que no podía entender. ¿Cómo podía comportarse así, de esa manera jovial e infantil, justo cuando acaba de destruir tantas vidas? Sabiendo que sus actos detendrían los corazones de todos aquellos que estuvieran dentro de las naves derribadas.
Las lágrimas pugnaron por escapar justo en el momento en el que Salamandra clavó la vista en mí. Por un segundo, casi pude percibir pena en sus ojos, algo similar a la compasión y la empatía. Luego, su gesto se endureció, sus ojos verdes se convirtieron en hielo y crispó los labios.
-          Te lo advertí – le espetó de pronto al capitán. Apretó los labios, con el enfado claramente visible en la mueca. – Debimos decírselo desde el principio. Él no es un miembro de la tripulación; no ha pasado por lo mismo que nosotros. No nos entiende, capitán. Y no lo hará. Para él, somos poco más que monstruos y eso nos pone en peligro.
-          Salamandra – le recriminó en voz baja Thunder.
Él se acercó un poco a ella y la agarró de la muñeca, pero ella se soltó de un tirón. Era la primera vez que la veía tan furiosa, con la rabia brillando en sus pupilas con fiereza. Parecía un dragón a punto de escupir fuego y calcinar a todos los que estuviéramos lo suficiente cerca de ella para molestarla.
-          Tienes razón – suspiró el capitán Winter. – Fue un error.
-          Pues espero que su error no nos cueste la vida, capitán.
Me miró, con la furia llameando a su alrededor como si fuera visible y luego dio media vuelta y se marchó por el pasillo que llevaba a su habitación. Thunder elevó la mano para retenerla, pero volvió a dejarla caer antes de agarrarla, arrepintiéndose de su intención. La observó marchar, con el ceño fruncido.
Luego, me miró. En su gesto no había rabia, solo frustración y una leve confusión que quedaba patente en su ceño fruncido. Esperé que dijera algo, pero, finalmente, negó con la cabeza y se marchó detrás de ella.
Casi como si eso fuera una señal, todos los demás abandonaron la sala poco a poco. Romeo se llevó a Julieta de la mano por el corredor que los llevaba a su habitación compartida, con Sparks a pocos pasos de ellos, que hablaba con Lightning en susurros y con un mohín de enfado. Shadow desapareció en una dirección indefinida, entrando por el pasillo más cercano a su posición. Y solo quedamos el capitán y yo. Él, con su pelo corto y ya lleno de canas y sus ojos azules que siempre parecían tener un matiz triste, se giró para encararme.
-          Salamandra tiene razón. Debí decírtelo. Es tu vida y… entendería que no estuvieras dispuesto a seguir aquí. ¿Quién en su sano juicio lo haría? – la pregunta final apenas la musitó, más para sí mismo que para mí. Se encogió de hombros. – Pero debes entender que no podemos volver, por el momento, a tu planeta de origen. No hasta que las cosas se hayan calmado. Pero, si quieres, podemos dejarte en otro puerto.
-          ¿Y cómo volvería a casa? – susurré, las primeras palabras que musitaba tras descubrir la verdad.
-          Quizá podrías encontrar otra nave con ese rumbo.
Asentí con la cabeza, pero aun no había tomado una decisión. A pesar de la verdad, tampoco quería regresar. Pero no estaba seguro de poder seguir en el Collapse sabiendo que sus tripulantes, mis compañeros de tarea y de comidas, no dudarían en matarme si les creaba problemas.
-          Tengo que pensarlo – respondí a la pregunta no pronunciada del capitán.
-          Avísame cuando hayas decidido.
Volvió a girarse, para mirar la negra oscuridad del exterior, ahora sin enemigos al acecho.
Me levanté del suelo y me marché por uno de los pasillos. En aquel momento, no estaba pensando conscientemente cuál elegir, pero, por inercia, mis pies escogieron el mismo que había tomado Salamandra unos instantes antes. Perdido en mis pensamientos, avancé sin reparar en ese hecho, hasta que oí su voz en una de salas a pocos metros de mí.
Me quedé completamente quieto e, inevitablemente, empecé a escuchar la conversación.
-          Simplemente, no me gusta esto. Él no está condenado, como nosotros.
-          Ha habido otros como él antes. O se van o se vuelven uno más. Y nunca te habías puesto así. – Era la voz grave de Thunder. Parecían estar discutiendo, aunque no se apreciaba una excesiva intensidad en la voz de ninguno. Quizá era que eran menos monótonas de lo usual.
Me aproximé sin hacer ruido alguno y miré a través de la rendija de la puerta entreabierta. Era una de las salas vacías que algunas veces se usaban para jugar a las cartas o pasar el rato. Salamandra miraba a Thunder con la mandíbula apretada, mientras él permanecía frente a ella, recostado en la pared.
-          No es lo mismo. Nos acabará traicionando. Nos matará. – Su voz se elevó ligeramente, una muestra de emociones que jamás habría imaginado en ella.
-          ¿Por qué? – Thunder se alejó de la pared y se situó a escasos centímetros de ella. Medía al menos cinco centímetros más que Salamandra.
-          ¡Porque es un peligro! Nunca debimos dejar que se quedara en la nave.
-          ¿Por qué te comportas así? – le preguntó él de pronto. Había bajado el volumen hasta apenas un suave murmullo, muy íntimo y personal. De pronto, agachó la cabeza hasta que sus frentes quedaron apoyadas la una en la otra, su rostro a escasos centímetros. - ¿A qué estás jugando, Salamandra?
Ella desvió la vista hasta el suelo y se mantuvo en silencio medio minuto, que se me hizo eterno.
-          No lo sé, Thunder.
Él se acercó aun más a ella. Sus labios se posaron sobre los de Salamandra, acariciándola con cuidado, mientras exhalaba despacio.
Esperé que Salamandra levantara la mano y le abofeteara. Que le gritara por su atrevimiento y le dejara en el suelo, humillado. Y esperé en vano.
Ella cerró los ojos y entrelazó las manos tras el cuello de Thunder. Aproximó aun más su cuerpo al de él, mientras las manos de Thunder descendían por su espalda hasta llegar al final. La agarró con fuerza y la elevó del suelo, a la vez que ella rodeaba su cintura con sus largas piernas. La melena pelirroja le tapaba el rostro.
Thunder, sin dejar de besarla, la puso sobre una de las mesas de la sala y ella introdujo las manos dentro de su camisa, buscando el calor de su cuerpo.
Como un muñeco sin cuerda, me quedé contemplando la escena, atónito. Mis músculos no reaccionaban, con mi cerebro colapsado, los brazos cayendo flojos a ambos lados y las lágrimas a punto de resbalar por mis mejillas. Mi corazón no cesaba de desgarrase una y otra vez, con cada uno de los besos que Thunder depositaba en los labios de Salamandra, en su cuello…
Justo cuando las manos de él buscaban el botón de la cinturilla de los pantalones de ella, una mano surgida de la nada cerró la puerta. Tan desesperado como me sentía, con el corazón martilleando alocadamente en mis oídos, no me enteré de que había alguien a mi lado hasta que fue demasiado tarde.
Solo en aquel momento pude reaccionar al fin. Me giré, para encontrarme con Lightning observando con la angustia pintada en su mirada y la pena. Por mí. Parpadeé varias veces, intentando que mi cerebro volviera a funcionar. Pero en mi mente solo veía una y otra vez las manos de Thunder buscando el cuerpo de Salamandra y a ella aceptando sus roces, sus besos. Clavada en mi cerebro, se repetía una y otra vez la forma en la que ella había rodeado su cintura con las piernas.
-          Sky – susurró mi compañero de habitación.
Antes de que pudiera decir nada más, eché a correr, sin ni siquiera fijar un rumbo.

Sorpresa. ¿A que eso no te lo esperabas? Al final, Salamandra tiene más secretos de los que puede seguir ocultando.
Like we used to. Una mera melodía de fondo.

13 mayo, 2012

Y los blackflies trajeron la verdad... y el miedo. (III)


Me despertó un sonido desagradable, chirriante, demasiado agudo. Era como si hubiera un niño berreando junto a mi oído; molesto e irritante. Abrí los ojos lentamente. Sentía que me acaba de dormir hacía apenas unos instantes, pero un rápido vistazo a la hora del despertador me indicó que eran casi las seis y que había descansado a pierna suelta toda la noche.
Intentando despejar la mente, busqué la procedencia del sonido, mientras oía con claridad como Lightning también despertaba en la litera de arriba y murmuraba una maldición para sí mismo. Sin encontrar de donde venía aquel molesto ruido, me senté en la cama y me llevé las manos a la cabeza, intentado concentrarme lo antes posible, por si aquella aberración fuera algún tipo de señal.
-          Mierda – murmuró mi compañero de cuarto. Bajó de un salto desde la altura de la litera de arriba al suelo y me miró con una seriedad poco usual en sus ojos. – Tenemos que darnos prisa.
-          ¿Qué pasa, Lightning? – le pregunté. Mi voz salió ronca, tras más de siete horas sin usarla, y también debido a la sequedad de mi boca.
-          Es la alama. Alerta roja. Tenemos problemas – no me dio más explicaciones. Se puso unos zapatos en un par de segundos y se largó de la habitación, dejándome solo y con un montón de dudas.
Ya sabía que algo raro estaba ocurriendo la nave; de eso no había duda. Pero, ¿una alarma? ¿Qué simbolizaría la “alerta roja”? ¿Y ese enigmático “tenemos problemas”? No entendía a qué se podía referir. ¿Qué problemas podía tener una nave que marchaba sin problemas, sin molestar a nadie? Sería un fallo en los motores, en el rumbo. O un campo de asteroides. Eso sonaba más razonable, aunque el capitán nunca había tenido problemas para arreglárselas contra un par de piedras grandes que volaban por el espacio.
Me vestí, me calcé, y salí de la habitación. No me preocupé de la puerta abierta que dejaba a mi espalda, porque aquel aborrecible ruido, la sirena que insistía en que mi vida estaba en peligro, no cesaba de sonar. La curiosidad había dejado paso a la preocupación y ahora me era difícil contenerme para no echar a correr por el pasillo que llevaba hasta la Sala de Mandos, el mismo lugar donde Salamandra me había advertido acerca del sufrimiento que conllevaba un amor no correspondido. De algún modo paradójico, todos los sucesos importantes de mi vida en estos momentos sucedían en esa sala. Bueno, no podía quejarme. Al menos, las vistas eran maravillosas.
Aceleré el paso, oyendo mis pisadas resonando con fuerza en el suelo metálico, con el corazón en un puño y el estómago encogido. Empezaba a tener miedo, un pánico que nacía en mi pecho y se extendía por mis extremidades, hasta arrastrarse hasta el cerebro.
Cuando por fin llegué a la sala, descubrí que era el único miembro de la tripulación que faltaba por llegar. El capitán se encontraba observando a través de las enormes cristaleras, a la inmensidad de la galaxia a través de la cual estábamos viajando. Shadow estaba sentado en una silla cercana a él, jugueteando con una navaja entre sus dedos.
Si había una sensación que siempre me producía aquel hombre, era inquietud. Me parecía un lobo disfrazado, que intentaba ocultar su verdadera personalidad, y era mucho más peligroso de lo que nos hacía creer.
Sentado encima de una especie de mesa que separaba un panel de control de otro se encontraba Romeo, con su Julieta entre sus brazos, aunque ambos girados hacia el capitán, expectantes. El apodo les venía como anillo al dedo, sin duda. Habían ingresado en la tripulación juntos, ya como una pareja, y se preocupan uno por el otro hasta el punto de ser cursis e insoportables. Se habían ganado el sobrenombre a pulso. Eran la historia de amor con final feliz que se desarrollaba dentro de la nave. Al principio, los dos se habían quejado y habían estado firmemente en contra de ese nombre, pero ahora hasta se llamaban entre ellos así. Era lo que pasaba en el Collapse: tu identidad quedaba remplazada por completo por otra, te convertías (de algún modo) en una persona distinta, aunque seguías siendo la misma.
Aparte de ellos, estaban los hermanos de la tormenta, uno pegado al otro, respaldándose mutuamente. Se encontraban apenas a un par de metros del capitán y de Salamandra, que se encontraba al lado de este, diciéndole algo en voz tan baja que era incapaz de oírla, solo veía el movimiento de sus labios al pronunciar cada palabra. Sparks estaba sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra la pared y los ojos cerrados de cansancio, probablemente esperando órdenes. Se encontraba apenas a una decena de centímetros de mi compañero de habitación, que aprovechaba su posición para cubrir el cuerpo de la chica con el suyo, en un primitivo instinto de protegerla.
Avancé un par de pasos; cada una de mis pisadas resonando como si tuviera un eco. Al igual que un grupo perfectamente sincronizado, todos se giraron al unísono al oírme llegar y me contemplaron con una expresión extraña; parecían afligidos, preocupados. Bueno, no todos. Shadow se mantenía tan imperturbable como siempre, aun jugando con su arma, y Salamandra y el capitán no habían dejado de hablar.
No musité una sola palabra; me limité a esperar, como hacían todos los demás. Me consideraba un miembro más del grupo, no tenía porqué destacar interrumpiendo la situación de tensión reinante en la sala. Permanecí de pie, con la vista clavada en el capitán Winter y su interlocutora.
De pronto, ella entrecerró los ojos de un modo amenazante y le advirtió algo al hombre. No había oído sus palabras, pero estaba claro por la posición de su cuerpo, tensa como la de un depredador dispuesto a lanzarse sobre su presa. Luego, lo miró con fijeza y se alejó de él, hasta un extremo de la sala, donde se recostó contra la pared. Enarcó una ceja, en una señal de desafío claro.
El capitán nos miró a todos, uno a uno. Carraspeó.
-          Bien – empezó; la inseguridad patente en su voz. – Todos sabéis el motivo de que estéis aquí. Ha saltado la alarma; estamos en un lío de los gordos. Y… como bien me ha dejado claro Salamandra, no nos queda más remedio que defendernos.
El dirigente de aquella nave paró su discurso, quizá esperando que alguno expusiera su opinión. Ninguno lo hicimos, continuamos mirándolo sin decir nada.
-          Pues eso. – Suspiró. – No es la primera vez que sucede; la mayoría de vosotros sabe de qué estoy hablando y de cuál es la “solución”. – Me miró a mí cuando dijo la palabra “mayoría”, dejando aún más claro que yo era el que no sabía lo que estaba pasando. – Así que… se vuelve a repetir la situación una vez más.
-          Y nosotros volvemos a comportarnos como animales salvajes – replicó Julieta de pronto.
Todos la miramos al mismo tiempo. Mantenía los puños cerrados, mordiéndose el labio, y con la mirada ceñuda. Romeo le había puesto una mano en el hombro, en un claro gesto que indicaba que debía calmarse.
-          A lo mejor simplemente pasan de largo. - Insistió ella.
-          O a lo mejor nos matan – respondió Shadow, en tono burlón, esbozando una sonrisa maliciosa. Agarró el filo de la navaja entre el índice y el corazón y la lanzó al aire, para cogerla por la empuñadura en la caída, de una forma siniestra.
-          No tenemos pruebas de que sea así – argumentó la chica.
-          ¿Prefieres esperar hasta que los tengamos pegados y sea demasiado tarde para salir vivos de esto? – esta vez habló Salamandra, con una voz dura como el acero. Sus ojos se habían congelado.
Julieta negó con la cabeza y descendió la mirada, hasta dedicarse a observar el piso que se extendía bajo nuestros pies. Se encogió de hombros de una forma que denotaba agotamiento.
-          Estoy harta de esto. – Fue lo único que añadió. Luego, se recostó contra el pecho de su Romeo y cerró los ojos, abstrayéndose por completo de la realidad.
-          Sabías donde te metías, Julieta. Ahora ya es tarde para lloros – replicó Salamandra con frialdad. Luego, miró al capitán y enarcó ambas cejas. - ¿Y bien? ¿Tenemos luz verde?
El aludido arrugó la frente, en medio de una encrucijada. Luego, suspiró y asintió.
-          Adelante, Salamandra. Sparks – deslizó la vista hasta la rubia, que ya estaba de pie y con una sonrisilla asomando en las comisuras de sus labios. Ambas asintieron con la cabeza y se dirigieron hacia una especie de plataforma que se encontraba en un lateral de la sala.
Había reparado en ella alguna que otra vez, pero no sabía qué hacía allí ni para qué la utilizaban.
 Había escuchado cada palabra de la conversación, pero seguía sin tener idea de qué estaba sucediendo. Algo malo, sin duda. Algo que causaba opiniones dispares entre los miembros de la tripulación, que dejaba sin opciones al capitán, que no era la primera vez que sucedía. Y aun así, era la primera en los tres meses que llevaba allí que pasaba.
Incapaz de seguir en silencio, atormentando por la curiosidad, la preocupación y el temor, me atreví a hacerme oír.
-          ¿Capitán? – hablé con voz firma pese a lo inseguro que me sentía por dentro. - ¿Qué sucede?
Miré al hombre, que estaba de espaldas a mí, pero no parecía estar dispuesto a darme una respuesta, ni siquiera parecía haber oído la pregunta, perdido en sus pensamientos. Lentamente, deslicé la vista por la sala en busca de alguien que me proporcionara respuestas. Romeo y Julieta conversaban en voz muy baja, cara a cara; ella se había girado. La pareja estaba inmersa el uno y el otro, así que no podía esperar atención por su parte. Sparks y Salamandra estaban en las plataformas, apretando una serie de concisos botones de la maquinaria de su alrededor. Thunder se encontraba al lado de la muchacha pelirroja, intentando ayudarla, y lo mismo hacía Lightning con la rubia, aunque era más bien como si intentaran ocuparse haciendo algo, independientemente de qué fuera.
Solo quedaba Shadow, pero lo conocía lo suficiente para saber que solo me daría como respuesta una sonrisa de desprecio y una mirada burlona, restregándome mi ignorancia con su gesto. Preferí esperar la respuesta de la boca del capitán.
-          ¿Capitán Winter? – insistí.
Él continuaba mirando a través de las cristaleras. Miré una vez más a mi alrededor y vi a Sparks y a Salamandra de pie sobre las plataformas, que las elevaban hasta otra sala sobre la que nos encontrábamos, una de la que yo desconocía su existencia hasta aquel preciso instante.
Volví la vista hacia el líder de la tripulación y, por curiosidad, seguí su mirada. Entonces, lo vi. La cantidad de puntitos que se acercaban a nosotros: eran naves, mucho más pequeñas que la nuestra, de las que usaba el Imperio para misiones de búsqueda y persecución. Las llamaban las blackflies y nadie quería verlas a su espalda.
-          Blackflies – susurré.
-          Sky – dijo el capitán de pronto. – Hay algo que quizá debiera decirte mucho antes. Desde que entraste a formar parte del Collapse, debí contártelo. Pero supongo que quise protegerte, a pesar de los consejos y advertencias que diversos miembros de la tripulación me hicieron.
-          Destroyer 1 listo – resonó de pronto la voz de Salamandra. Se oía por un interfono colocado en una de las mesas de comandos.
-          Destroyer 2 listo – replicó de inmediato la enérgica voz de Sparks. – Oye, pelirroja, ¿te apetece jugar? – aquellas palabras eran comunes en la boca de la chica, pero me sorprendió oírla hablar de jugar con nuestras vidas en tan grave peligro.
-          ¿Qué me propones, chispitas? – respondió Salamandra, con un deje divertido en su voz.
-          Gana la que más blackflies derribe, hasta que esos idiotas monten en retirada. Y la que pierda debe asumir las tareas de limpieza de la otra durante una semana.
-          ¿Estás segura de que quieres limpiar tanto, chispitas? – la burla en el tono de Salamandra era intimidatoria; seguramente lo hacía para que Sparks se desconcentrara.
-          Eso ya lo veremos – fue toda la respuesta de su compañera.
Entonces, las dos se callaron a la vez.
Yo no entendía nada. No entendía qué iban a hacer las dos chicas. No entendía qué era lo que pretendía decirme el capitán. No entendía el enfado de Julieta, ni las palabras de Salamandra. No entendía porqué nos perseguían los blackflies, las naves que el Imperio usaba para buscar y apresar criminales.
No entendí nada de eso hasta que el capitán respondió a mis preguntas.
-          El Collapse es una nave de mercenarios, Sky. Y todas nuestras cabezas tienen precio.

Bueno, la entrada prometida. Tengo la continuación en mente, pero es muy tarde y apenas soy capaz de mantener los ojos abiertos. Intentaré escribirla y subirla esta tarde, pero no prometo nada. Al menos, espero que esta baste de momento.Revela algún secreto, pero nada demasiado gordo. Pero, ¿qué va a hacer ahora Sky? ¿Y qué opinará de Salamandra? 

p.D. ¡Hoy salón del manga! Quiero dedicarle una mención especial, por ser la primera vez que llevo cosplay, y de las mejores en las que lo he pasado. ¡Besos!

12 mayo, 2012

Souless (and tears).


Wolt avanzó con cautela, detrás de su hermano. Lo había seguido hasta aquel lugar sin saber muy bien cuál era el objetivo, qué misión estaban intentando llevar a cabo. No solía cuestionar las motivaciones de su hermano mayor; se limitaba a cubrirle las espaldas, a defender sus vidas cuando los problemas salían a su encuentro. Lo que solía pasar bastante a menudo.
Se le erizó el cabello de la nuca cuando traspasaron la siguiente puerta, de madera negra, que chirriaba como tratando de desalentarlos de su propósito, advirtiéndoles que quizá sería mejor marcharse. Y el instinto le decía que lo mejor sería hacer caso a los sonidos amenazantes que los rodeaban, dar media vuelta y largarse antes de que, por alguna razón, acabaran de mierda hasta el cuello.
-          Maldita sea, Luwin, ¿a qué hemos venido aquí? – siseó en voz baja. Quizá manteniendo la voz baja y sus pisadas silenciosas conseguiría mantener en calma la bestia que presentía que encerraban aquellas viejas paredes.
-          Robar. Como siempre. -  Respondió su hermano, también en el mismo tono, pero había algo en su voz que le indicó que no estaba siendo completamente sincero. Su mirada buscaba frenéticamente por todos los rincones, recorriendo con la vista cada habitación en la que entraban sin encontrar lo que ansiaba lo suficiente como para poner en peligro sus vidas una vez más.
-          ¿El qué? – gruñó Wolt. – Más vale que esta vez valga la pena, porque estoy harto de realizar misiones de mierda, con recompensas nimias.
-          Te aseguro que esta vez vale la pena. – Aseguró Luwin. Elevó la cabeza ligeramente, cerró los ojos y tensó los músculos. Olisqueó en el aire, de una forma similar a la que lo haría un perro de caza, y luego volvió a abrir los ojos, con la vista fija en la puerta de su izquierda. – Por aquí.
Wolt imitó a su hermano e intentó captar el aroma que lo conducía hasta su destino, pero no percibió nada aparte de la humedad reinante en el ambiente, las cenizas de la chimenea, la madera de las puertas y las ventanas y el habitual olor de una casa antigua en vías de derrumbe. También detectaba un aroma más, pero era demasiado sutil como para darle importancia. Era un perfume suave, un hilo de algo que había estado allí, que le resultaba irreconocible, aunque le hacía cosquillas en las pituitarias, de una forma agradable.
-          Dudo que haya nada en esta casa que valga más de un dólar. Está destartalada. – Miró a su alrededor. – Larguémonos antes de que se nos derrumbe encima.
Un escalofrío lo recorrió por completo de pronto y se giró. Su instinto le estaba diciendo… no, gritando, que había algo raro en aquel lugar. Un peligro. Sus ojos, heredados de sus ancestros, eran capaces de distinguir cada una de las figuras en la oscuridad reinante y no había nada que pudiera representar un riesgo, pero la sensación de malestar seguía ahí, acosándolo.
Las orejas se le irguieron, como respuesta al estímulo que era capaz de sentir, pero no de ver u oler. Entonces, oyó el ruido inconfundible de algo moviéndose, algo que era aún más sigiloso que ellos, que probablemente llevaba siguiéndolos un rato.
Percibió todo aquello en un segundo, antes de que la voz surgiera de la nada.
-          ¡Se están metiendo con nuestra casa, Luce! – exclamó una de las sombras de la habitación. Wolt buscó su procedencia, pero no había ninguna persona en la sala. Intentó captar el aroma femenino, puesto que la voz era claramente de una mujer, pero volvió a percibir los mismos que ya había olido. – Y, ¿sabes qué? No recuerdo haberlos invitado a entrar.
-          ¿Luwin? – musitó Wolt, intentado frenéticamente de encontrar a la persona que se ocultaba en las sombras. Pero allí no había nadie. Y la voz parecía proceder de todas partes y sin un aroma que lo guiara. Sus sentidos le estaban fallando por primera vez y había dejado de ser el depredador para ser una presa caída en la trampa. Miró a su hermano, en busca de auxilio, pero él sonreía.
-          Te dije que esta decoración era una verdadera basura. – Respondió otra voz, también femenina. Al igual que la primera, no tenía una localización ni un aroma.
-          Oh, cállate.
De pronto, se encendió la luz. Wolt levantó la vista, sorprendido, observando la lámpara de araña que se balanceaba sobre sus cabezas. Pero lo que lo dejó impactado no fue que la casa tuviera corriente eléctrica, sino la chica que permanecía sentada en el objeto, balanceando las piernas sobre sus cabezas. Tenía el pelo completamente negro, largo hasta las caderas, y los ojos de un azul tan claro que podía llegar a parecer blanco. Entre su cabellera oscura destacaban dos orejas puntiagudas y en su sonrisa se podía apreciar el par de centímetros extras de sus colmillos. Y detrás de su cuerpo definido y femenino, estaba claramente la silueta de una espada envainada, cruzada a su espalda.
-          Vaya, vaya. ¡Luce! Tu querido acosador ha vuelto. – La chica clavó las piernas en una de las barras de acero de la lámpara, que estaba a cuatro metros del suelo, colgada del techo, y se dejó caer con la agilidad de un simio, para quedarse boca abajo, con su melena volando a escasos metros delante de ellos. – Así que te toca encargarte a ti de él – continuó.
-          ¿Acaso no puedo venir a visitarte a ti, Ayris? – replicó Luwin antes de que la otra mujer respondiera.
-          Já.
Wolt observó a la chica, atónito. Nunca había visto antes a ninguna persona de su raza: los kryones. Según decía la leyenda, eran seres nacidos de la fusión entre el Cielo y el Infierno, de los ángeles y los demonios. Poseían la belleza de ambas razas; los ojos de las criaturas divinas y los colmillos y las técnicas de los diablos. Eran letales en todos sus aspectos, portaban armas capaces de matar inmortales y poseían un retorcido sentido de humor. Wolt siempre había oído que se les podía reconocer por sus ojos, cuyos iris se volvían rojos cuando montaba en cólera, mientras el resto se teñía del negro más profundo.
Eran muy escasos, apenas existían un par de docenas en total, porque su creación no era muy habitual. Y solían ser elegidos para guardar enormes tesoros.
-          ¿Las conoces, Luwin? – susurró su hermano. Su instinto seguía empujándolo a salir por patas de aquel lugar, a huir de aquel ser mitad ángel mitad demonio. Un observador inexperto habría visto en ella un aspecto inofensivo, una chica no demasiada alta que no parecía capaz de hacer daño a una mosca, pero él podía percibir con claridad el aura de peligro que la rodeaba y que le estaba poniendo los pelos de punta.
-          Sí. Las conozco. – Respondió él sin mirarlo. Tenía la vista clavada en Ayris, que seguía boca abajo, con la cabeza medio metro por encima de las suyas.
-          ¿Por qué has vuelto, Luwin? – la voz de antes, la de la llamada Luce, esta vez sonó a sus espaldas.
Wolt se giró de inmediato, sintiéndose rodeado. Tenía un enemigo claro delante y otra detrás. Solo con clavar la vista un segundo en su rostro, supo que también era un kryon. Tenía los mismos ojos que Ayris, pero su cabello dorado solo le llegaba a la altura del pecho y lo tenía recogido en una trenza. Tenía facciones más duras y no sonreía; parecía no compartir el sentido del humor de su compañera. Ella no portaba una enorme espada, pero Wolt se fijó en los dos sais que llevaba colgados de la cintura, así como en la espada corta. Aunque sus armas no eran tan mortíferas, la posición de su espalda y su mirada daban la misma impresión que si portara la guadaña de la muerte.
-          Quiero la Lágrima. – Su hermano parecía haber olvidado a Ayris, porque no despegaba la vista de los ojos hipnóticamente claros de Luce. Wolt observó la situación y presintió que nada iba bien, que su hermano se había vuelto loco. La bestia rugió en su interior.
De pronto, Luce se volvió hacia él. Clavó la mirada en su rostro y ladeó la cabeza, como si estuviera buscando la respuesta a una complicada pregunta en su fisonomía.
-          No te transformes, licántropo. No quiero manchar mi casa con tu sangre – susurró con voz fría.
Wolt parpadeó, atónito. Aquella mujer había descubierto lo que estaba pasando en su interior con solo mirarlo y había contenido el cambio con la fría amenaza patente en sus palabras.
El licántropo parpadeó y, cuando volvió a abrir los ojos una milésima de segundo más tarde, Ayris se encontraba al lado de la otra kryon. No había manera humanamente posible de que se moviera tan rápido, de que desapareciera a su espalda y surgiera de pronto en la puerta junto a Luce, a menos que se hubiera teletransportado de un lugar a otro.
Ahora permanecía tan seria como su compañera y los miraba a ambos con fijeza, pero sus ojos eran escudos impenetrables y ella se había encargado de que no reflejaran nada, de que fueran opacos. Asemejaban los ojos de su compañera, pero seguían poseyendo un brillo divertido que no se extinguía por completo.
-          No te daremos la Lágrima, Luwin. Ni hoy ni nunca. Nuestra misión es protegerla, no entregársela al primero que venga a reclamarla – las frías palabras de Luce dejaban clara una advertencia.  – Así que, ahora, márchate. Lárgate de nuestro hogar antes de que me arrepienta de mi benevolencia y me haga unas preciosas alfombras de pelo de lobo. ¿Queda claro?
Se dio la vuelta, dispuesta a marcharse, dejándolos a ambos solos en la habitación y sin esperar una respuesta. Ayris retrocedió un paso, sin darles la espalda, mucho más cautelosa que su compañera.
-          No me voy a rendir, Luce – gritó Luwin a su espalda. – No me importa cuánto tenga que luchar, conseguiré que algún día esa Lágrima sea mía. Y, así, recuperarás tu alma maldita y… entonces podrás amarme como yo te amo.
-          Olvídate de esas tonterías, Luwin. Los de mi raza nacemos sin alma. – Replicó ella sin darse la vuelta. Luego, siguió andando.
Ayris permaneció quieta, mirándolos. Finalmente, se encogió de hombros.
-          Tiene razón. Somos una causa perdida. – Sonrió levemente, pero esta vez en el gesto si se percibía un atisbo de sufrimiento, una desgarradora pena por un destino de condena. Un instante después, levantó la vista. – Pero, quizá, si yo fuera tú, no me daría por vencido tan rápidamente. – Volvió a encogerse de hombros y le dedicó una mirada cariñosa a Luwin.
-          No lo haré, Ayris. Voy a seguir luchando.
La kryon asintió. Luego, clavó la vista en Wolt y volvió a sonreír, esta vez sin rastro alguno de dolor, sino con una clara simpatía.
-          Encantada de conocerte, Wolt. Pero te recomiendo que no vuelvas por aquí pronto. – La chica se dio la vuelta, mientras murmuraba por lo bajo. – Definitivamente, tengo que cambiar la decoración.
Y luego, en otro pestañeo, desapareció sin más.

No sé si tiene sentido, quizá le falta coherencia. Yo que sé. Esto es lo que me ha salido esta noche. Puede que sea basura, no lo estoy negando. Pero aquí está, y eso es todo cuanto puedo alegar a mi favor.
¡Canción, canción! Payphone Me tiene enamorada.