La observé a través del cristal polarizado. Estaba
completamente sola dentro de la sala de interrogatorios, sentada en la silla,
encogida y con las piernas pegadas al pecho. El agente la había obligado a
sentarse de modo que nosotros pudiéramos verle el rostro, justo la misma imagen
que ella vería frente así, reflejada en el espejo que se mostraba en la otra
cara de la habitación. Un viejo truco de policías.
Pero la mirada de la chica no se detenía ni un
instante en su reflejo. La ocultaba en los cordones negros de sus zapatos
deportivos, en la pared de color apagado o en un algo que solo sus ojos
percibían. Parecía terriblemente pequeña encerrada a solas en aquella
habitación, como si el mundo estuviera a punto de desplomarse encima de ella.
La sudadera de la policía y los pantalones que le habían cambiado por su ropa
ensangrentada le quedaban demasiado grandes, varias tallas gigantescos, con lo
que parecía una niña pequeña a la que habían abandonado, y su semblante
transmitía todo el miedo y la confusión que sus ojos, incapaces de estar fijos
en un punto, intentaban ocultar.
La observé, intentando ver en ella un rastro de
culpa, pero solo fui capaz de seguir contemplando al ser humano encogido y
muerto de miedo que tenía ante las narices.
-
¿Ella? – pregunté por tercera vez para asegurarme.
Tras el cristal polarizado solo estaba conmigo mi
compañero de homicidios. Una de las pocas personas a las que les habría
confiado mi vida en caso de que fuera necesario, tras demostrarme durante los
últimos seis años una lealtad inquebrantable y un compañerismo sin igual. Era
incapaz de recordar cuántas veces nos habríamos cubierto la espalda y salvado
el culo mutuamente.
-
Sí. En serio. – Bebió un trago de su café solo,
negro. Nunca había entendido cómo era capaz de soportar no añadirle ni una
pizca de leche ni azúcar, pero él siempre había asegurado que solo le gustaba
así.
-
Pues no tiene pinta de ser la brutal asesina de
tres mafiosos rusos cargados de munición hasta los dientes. – No podía despegar
los ojos de ella. En ese momento, se apartó un mechón de pelo negro de encima
de la cara y se lo colocó tras la oreja, en un acto automático que ni ella
misma se dio cuenta que hacía. – Parece en shock.
-
Probablemente lo esté. Intenta hablar con ella.
A ti se te dan bien los interrogatorios. – Becks me sonrió antes de beber de
nuevo de su taza.
-
No creo que pueda sacarle mucho a esa chica.
Nunca había visto a nadie tan perdido en sí mismo. – Ni tan frágil. Me daba
miedo atravesar la puerta de la sala y romperla en mil pedazos solo con la
fuerza de mi voz.
-
Solo inténtalo, Will. – Replicó la voz de la
jefa del Departamento, que entraba en ese momento. Asentí con la cabeza y salí
de la sala.
La puerta de la sala de interrogaciones estaba solo
a unos pocos centímetros de la mía. Inspiré hondo, agarré el pomo con seguridad
y entré.
La luz mortecina de la bombilla era la única que
iluminaba la habitación. El mobiliario consistía en una única mesa grande de
metal y dos sillas del mismo material, una frente a otra, encarándose. Aparte
de eso, no había nada más. Lancé una mirada de reojo al espejo, tras el cual
sabía que me estaba observando la mitad del departamento de Homicidios. Nadie había
quedado indiferente ante aquel caso tan extraño.
Según palabras del forense, el crimen se había
llevado a cabo sobre las tres de esa mañana, mientras el barrio dormía. El
número 24 era la residencia extra-oficial del líder de la mafia rusa que lideraba
el tráfico de drogas de la zona, al cual se le imputaban también diversos
homicidios, secuestros y alguna que otra violación. Un buen tipo, sin duda.
Tanto él como dos de sus hombres habían sido
hallados muertos por la mañana por la asistenta venezolana. La mujer había
encontrado al primero de los matones en la cocina, con seis puñaladas en el
pecho, una de las cuales rasgó la carótida y otra dañó gravemente el hígado. El
hombre murió en apenas unos segundos.
La asistenta llamó a la policía tras encontrar el
cadáver. Ellos fueron los que descubrieron a Vladimir Sokolov y a su segundo al
mando en el sótano, rodeados de un envío de droga que acababan de recibir, de
un par de millones de dólares en un maletín y de un montón de su sangre, que
había manchado todo el suelo manando de las diez puñaladas del subalterno y de
las quince del líder mafioso. Todas ellas en puntos estratégicos que acabarían
con la vida de un hombre mientras este sufría hasta desangrarse por completo.
Y, al lado de ambos cadáveres, totalmente cubierta
de sangre de los pies a la cabeza, estaba ella. Mi sospechosa. Sosteniendo el enorme cuchillo de carnicería que había
sido el causante de la muerte de tres hombres, con el pelo negro como una noche
sin luna pegado al cuerpo y todo ella impregnada del rojo característico de ser
testigo (o causante) de una muerte.
Aun habiéndola encontrada en esas circunstancias,
con el arma del delito aferrada la mano, empapada de la sangre de las víctimas
y completamente sola en la enorme casa, nadie apostaba un centavo a que ella
fuera la asesina.
Al fin y al cabo, ¿quién iba a creer que una chica
que apenas aparentaba tener veinte años, casi no llegaba al metro sesenta y
cinco y parecía a punto de echarse a llorar fuera la culpable de semejante
monstruosidad? Las pruebas estaban en su contra, pero su apariencia desvalida y
sus ojos aterrados testificaban a su favor.
Nadie había conseguido que musitara una palabra.
Los técnicos médicos que la reconocieron aseguraron que estaba en perfecto
estado físico, pero que no salía del fuerte shock que le había supuesto lo
sucedido aquella noche.
Todos en el Departamento estábamos seguro de que
los mafiosos la habían raptado y la mantenían secuestrada en su sótano y de que
ella solo había sido un testigo impotente del crimen que se había desarrollado
ante sus ojos. Pero eso significa que sabía quién era el asesino, era la única
que lo había visto y seguía con vida. Por eso ahora estaba en mi sala de
interrogatorios. Yo había sido el elegido para sentarme frente a ella bajo la
luz tenue del bombillo y sonsacarle la verdad.
Tomé asiento frente a ella. Abrí la boca para decir
algo, pero me di cuenta de que ni siquiera conocía su nombre, así que la volví
a cerrar, intentando buscar algo que decir.
Ella no me había mirado ni una sola vez desde que
entré en la sala. Tenía la vista perdida y su expresión dejaba de manifiesto
que su cerebro no era capaz de procesar todos los hechos en los que la habían
obligado a estar presente.
Lo intenté una vez más.
-
Hola. – Ninguna reacción. – Me llamo William
Woods; soy el detective de Homicidios al que le han asignado al caso en el que…
fuiste encontrada.
Esperé unos pocos segundos, pero no conseguí ningún
signo de reconocimiento o saludo. Para ella, yo sencillamente no estaba en esa
habitación. Me sentí terriblemente solo de pronto, como si intentara atravesar
un enorme escudo de cristal, invisible pero impenetrable, que impedía que nadie
accediera a ella. Estiré un poco el brazo sin darme cuenta, intentando agarrar
su mano, pero me di cuenta del gesto antes de llegar a tocarla y me detuve en
el acto. No me sentía capaz de un contacto físico. Aun temía que ella se
disgregara en diminutos fragmentos al más leve gesto. Parecía… tan asolada.
Perdida.
-
Sé que no tuviste nada que ver con el asesinato.
Tranquila, no estoy aquí para acusarte. – Hice todo lo que pude por dispersar
la tensión, aparentar ser simpático y afable y no un duro policía que encarcela
criminales. – Solo queremos que nos digas qué pasó. Qué viste.
Se apartó el pelo de la cara, tal y como la había
visto hacer por el cristal, pero no dijo nada. No me miró. No habló. Nada de
nada.
Empezaba a sentir una enorme decepción por dentro y
una enorme impotencia por ser incapaz de devolverla a la vida. Quería…
necesitaba conseguir que volviera, pero no tenía ni idea de cómo.
-
¿Me escuchas? Te protegeremos, lo prometo. Solo
tienes que decirme quién es el culpable y me aseguraré de que nunca te
encuentre.
Un ruido rompió el silencio que se produjo tras mis
palabras. Al principio, no supe qué era. Tardé unos diez segundos en darme
cuenta de que había sido una risa. De que ella se estaba riendo entre dientes.
-
Es curioso, ¿sabes?
Cerré las manos en dos puños al oír su voz de
manera inesperada. Era baja y suave, una voz que encajaba a la perfección con
su aspecto frágil, con su piel pálida de venas marcadas, sus enormes ojos azules
oscuros huidizos y su posición encorvada.
-
¿El qué? – conseguí preguntar tras recuperar la
voz. Aun no me creía que hubiera pronunciado una frase después de su mutismo de
las últimas horas.
-
Que todos defendáis mi inocencia a capa y
espada. Que queráis protegerme. – Se rió de nuevo, en apenas un susurro. Desde
que había empezado a hablar, su voz no superaba el volumen de un murmullo.
De pronto, me miró. Clavó sus iris del color del
mar en días de tormenta en mi rostro con fijeza.
Y todo cambió.
La dulce, frágil y asustada chica que había estado
frente hasta ese momento desapareció sin dejar rastro. En su lugar, me encontré
con una mirada afilada y unos ojos fríos como el hielo, con unos labios
fruncidos y una sonrisa burlona que parecía reírse de mí.
Bajó las piernas y acercó la silla hasta quedar
pegada a la mesa. Su rostro estaba mucho más cerca de mí, solo a medio metro,
lo que me permitía escuchar todas sus palabras aunque su voz no hubiera elevado
ni un ápice el volumen.
-
Sois terriblemente estúpidos, de eso no hay duda.
Encontráis a una persona empapada de los pies a la cabeza con la sangre de sus
víctimas, con su mano aferrada al cuchillo que les quitó la vida puñalada a
puñalada y sus huellas repartidas por los cadáveres y, aun así, sois incapaces
de daros cuenta de quién ha sido el asesino. – Su sonrisa burlona se acrecentó
hasta convertirse en una gran mueca de desprecio. Sus palabras se habían
clavado una por una en mi piel como frías dagas; su voz había dejado de ser
dulce y era el más letal veneno existente, emponzoñándome la razón. La cabeza
me empezó a dar vueltas, el mundo se tambaleaba mientras mi cerebro se negaba a
admitir la verdad que la chica me escupía a la cara.
Se acercó más a mi rostro, entrecerrando los ojos.
Su mano derecha se crispó sobre la mesa, apretando las uñas sobre el metal.
-
¿Qué me protegeréis? – Lanzó una dura carcajada
que pareció atravesarme de parte a parte los pulmones, cortándome la
respiración. – Lo dices como si esos estúpidos mafiosos de tres al cuarto
fueran la amenaza, como si pudieran hacerme algún daño. Y no sabéis lo mucho
que estáis equivocados. La amenaza nunca fueron ellos.
Sus dedos escalaron por mi brazo hasta llegar a la
muñeca. En cada punto donde ella me tocaba sentía una descarga eléctrica,
mientras el miedo me colapsaba la garganta. No podía apartar la vista de sus
ojos azules, totalmente letales. Unos ojos que gritaban a los cuatro puntos que
su dueña era capaz de apuñalar a un hombre suficientes veces para que no
quedara de él más que un cadáver lleno de cortes, que decían con claridad que
no era la primera vez que mataba y que no tenía ningún problema, ningún
remordimiento en hacerlo de nuevo.
-
Habéis tenida a vuestra buscada asesina justo
delante de las narices. La amenaza siempre
he sido yo. – Sus uñas se cerraron en torno a mi muñeca, haciendo que el
dolor llegara en una ráfaga repentina que me hizo alejar mi silla de la mesa,
con el fin de alejarme de la psicópata que estaba encerrada conmigo en la
habitación.
Me quedé quieto, contemplándola por primera vez de
verdad, sin su disfraz de chica débil que necesita ser rescatada, que tiene
miedo. Con su disfraz de humana. Y sentí pánico como nunca en mi vida lo había
sentido. Un pánico que me impelía a salir huyendo de aquel monstruo con aspecto
angelical, pero que realmente era un siervo del demonio.
***
Salió por su propio pie a la mañana del día
siguiente, escoltada por un policía que la miraba con afán protector, prendado
de su dulzura. De su inocencia totalmente fingida, que ocultaba una
personalidad perversa y letal.
Intenté de todos los modos conseguir que la
cerraran, pero nadie había sido testigo de sus palabras. Solo yo. Por una razón
u otra, no había habido nadie tras el cristal cuando aquella psicópata no solo
confesó el crimen, si no que se desveló a sí misma como el monstruo diabólico
que en realidad era. Nadie, excepto yo, sabía esa verdad que quedaba tapada
bajo una apariencia frágil y asustadiza.
Tras revisar las cámaras, descubrí que todos los
archivos que habían sido grabados por la cámara de la sala de interrogatorios
donde yo había estado habían sido borrados o destruidos. La cámara llevaba rota
todo el día. El audio había sido apagado por error por unos de los guardas al
derramar sobre el panel un poco de agua. Demasiada casualidad.
No había ni una sola prueba física de mi testimonio.
Incluso las marcas de uñas en mi muñeca habían desaparecido como por arte de
magia.
Y nadie me creyó.
Así que lo único que pude hacer fue observar
mientras dejaban escapar a una asesina sin alma por la puerta como si fuera una
pobre víctima desamparada. La estábamos dejando en libertad y no dudaba ni un
solo segundo que volvería a matar. Pronto.
Mientras salía por la puerta, ella se giró
levemente y sus ojos volvieron a clavarse en mi rostro, mientras me dedicaba la
misma sonrisa burlona del día anterior, aquella que me revolvía el estómago y
me aterraba a partes iguales.
En ese momento, me juré que no descansaría en paz
hasta conseguir acabar con aquel monstruo, aunque ello me costara la vida.
¡Aquí estoy! Sé que llevo algún tiempo apagada o fuera de cobertura, pero bueno. Espero volver poco a poco a escena. Esta entrada es un poooco más sangrienta de lo normal, pero tenía bastantes ganas de escribir algo así. Y, quién sabe, quizá incluso tenga otra parte. Pero no puedo prometer más que esta de momento.
¡Y encima un martes! Una que yo me sé se alegrará de esto.
La canción de la entrada es Equinox, de Skrillex. El videoclip (para mi gusto) está muy bien y está relacionado con el "tema" del texto, lo mucho que engañan las apariciencias, sobre todo cuando las personas parecen dulces e inocentes.
Ya se por qué me preguntaste si sabía lo que era un cristal polarizado ... Y encima vas y no me dices que eso tiene que ver con una entrada y me lo dices al final de la clase e_e
ResponderEliminarMe encanta la chica <33 Es como tú,ella parece dulce,pero es una asesina.Tú pareces dulce,pero cuando te despiertan en mitad de una siesta eres como Mirajane enfadada,Satan Soul ♥
No esperaba encontrarme con este tipo de entrada,la verdad.Me gusta bastante.¿Sabes?Esta entrada,la chica, se parece muchísimo a un anime:Deadman Wonderland,que lo tengo bajado,que te lo pasaré (12 caps.).Al final te darás cuenta en qué se parecen la prota de este texto y el del anime.
En verdad tu eres muy Murakami, porque siempre dejas las cosas a medias,por ejemplo,¿por qué mató a los mafiosos?Murakami tampoco lo explicaría.
Quedan poquitos días para el viernes,buen día para una continuación :3
PD.¡Conozco la canción!,(aunque no me gusta. La has puesto en otra entrada y si que pega con esta,eh <3