Cuando era pequeña, estaba convencida de que
acabaría encontrando a mi príncipe azul. Probablemente, eso fue culpa de la
gran cantidad de películas de dibujos animados que me tragué, una tras otra,
sin despegar los ojos de la pantalla, la mayor parte de las tardes después del
colegio.
Soñaba con que él llegaría a mi vida de una forma
sutil, pero que yo me acabaría dando cuenta, y entonces, nos besaríamos y
seríamos felices para siempre. Con seis años, la vida es así de fácil.
Pero ahora han pasado doce años y la niña que era
se ha perdido en alguna parte de mí. Mejor no encontrarla, donde quiera que
esté. Porque, si viera que sigo igual de sola que siempre, no dejaría de llorar
durante toda el día. Y ya tenía bastante con contener mis lágrimas reales.
Alguien debería poner una advertencia al inicio de
cada película sobre un cuento de hadas.
Con letras grandes, y una voz en off que las leyera, deberían hacer
saber a todas las niñas inocentes como la que yo fui, que lo más probable es
que ningún príncipe acuda nunca a salvarlas. Deberían decir “los próximos
noventa minutos son ficción, con buenos gráficos y una historia bonita. Pero
nunca pasará en tu vida”. Quizá así, todas nosotras no creyéramos como
estúpidas en un amor que, con seguridad, nunca tocaría a nuestra puerta.
Porque es cruel, la verdad. Es cruel llenarnos el
cerebro de besos a medianoche, de miradas furtivas, de roces que causan
taquicardias, de películas románticas donde la chica tímida e insegura siempre
consigue al tío guapo y viven felices para siempre. Es cruel porque nosotras
esperamos impacientes a que sea nuestro turno y este nunca llega.
A mí nadie me advirtió. Es más, el resto de la
sociedad también asintió con la cabeza ante esas ideas fantasiosas, animándome
a creer hasta que el cerebro se me llenara de cuentos de hadas. Y yo lo creí.
Me acosté cada noche, soñando con que, quizá al día siguiente, lo conocería a él. Esperando a que me encontrara.
Pero nunca sucedió. Doce años después, sigo estando
sola, pero ya no espero a nadie.
Ya me he dado cuenta de que los príncipes azules no
vienen a salvarte; que tienes que hacerlo tú sola si quieres sobrevivir. Que los
amigos la mitad de las veces te dan la espalda en los peores momentos, que no
hay un “felices para siempre”. Que el 60% de los matrimonios acaba en divorcio,
y que ese número aumenta cada día. Que, por muchas veces que te mire a los ojos
y te diga que te quiera, puede estar acostándose con alguna de tus conocidas.
Que, por amor (o, en mi caso, por la falta de este)
llorarás más noches de las que puedes llevar la cuenta.
No niego que haya parejas enamoradas. Qué va. Las
veo cada día cuando paseo por la calle, de la mano esperando en la cola del
cine, besándose como despedida en algún portal. Pero, ¿cuánto durarán? ¿Cuántas
de sus promesas acabarán siendo mentira? ¿Cuál de los dos acabará con el
corazón más roto?
Aunque, siendo sincera, mi condena es aun peor.
Porque, al menos, ellos tienen esos momentos, esos recuerdos que los calentaran
por las noches cuando lloren acurrucados en la almohada. En mi caso, solo queda
el vacío provocado por haber estado sola toda la vida. De no haberme enamorado
nunca, de no saber qué se siente al besar a una persona y pensar “ojalá pudiera
estar con ella cada segundo de cada día durante toda la eternidad”. De que
nadie haya pensado eso nunca de mí.
Me dejé engañar por las películas Disney y por las
comedias románticas, que pintaban el final siempre de feliz. Y así acabé,
destrozándome el corazón día tras día, hundiéndome al pensar que, por alguna
razón, yo no me merecía esa felicidad que veía en la televisión o en el cine,
que oía en tres cuartas partes de todas las canciones.
Sé que no estar enamorada (y ser correspondida) no
es el peor de los males del mundo. Sé que existen enfermedades incurables,
torturas horripilantes y situaciones más desesperadas que el hecho de no tener
a nadie que te mande un mensaje de buenos días. Pero, cuando me siento tan sola
como ahora mismo, no soy capaz de recordarlo. Solo echo en falta un “te quiero”
susurrado al oído y unos labios bebiéndose los míos. Añoro con toda mi alma un amor de cuento de hadas que nunca llegará.
En esta entrada, me estoy dibujando a mí misma. Los domingos siempre me invade la soledad y me pongo melancólica, lo siento.
Canción del día: Rogger rabit. Por alguna razón, esa melodía me consuela, aunque solo sea un poco.
Pero bueno, ¡también tengo otro tipo de noticias! Como está escrito a la derecha de la entrada desde hace un par de semanas, he abierto un blog nuevo (http://destinywillfindus.blogspot.com.es/), en donde estoy escribiendo una única historia (nada de relatos cortos, quiero decir, si no una historia de verdad). ¿Te gustaría pasarte por allí? Porque me sacarías una enorme sonrisa.
Aun estoy empezando, pero es un proyecto que me gusta bastante, así que espero poder ponerle un punto y final y no dejarlo a medias :)
Y por cierto, gracias por leerme.
Joder,me has deprimido y contagiado tu melancolía.Y vamos, has dejado a Disney por los suelos xD
ResponderEliminarPues lo que es gustar me gusta pero, lo veo un poco forzado...pero eso no quita que esté bien. A mi me ha gustado bastante, tiene su encanto ♥
Uf... me has dejado... De todas formas, sabes lo que pienso al respecto...Aun somos demasiado jóvenes, y sí, te entiendo, pero todo llega.
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