Agarré el café con fuerza entre mis manos e inspiré
hondo, en un intento desesperado por reunir el coraje que sabía que iba a
necesitar.
El sonido de la cafetería me rodeaba. El tintineo
de la caja registradora cada vez que el camarero cobraba un pedido. Las charlas
insustanciales, las risas. La mujer de la mesa del fondo a la derecha que no
paraba de toser, probablemente víctima de alguna de las enfermedades que
siempre venían acompañando al frío de Diciembre. De fondo, en un volumen tan
bajo que apenas se podían distinguir los acordes, sonaba una canción suave,
impregnada de dulzura.
Cada vez que alguien entraba en la cafetería, la
campanilla anunciaba un nuevo cliente. Y cada vez que oía aquel sonido, el
corazón se me detenía dos milésimas de segundos en el pecho y me giraba
aterrada, deseando, y al mismo tiempo no haciéndolo, que él llegara de una vez
por todas a nuestra cita de las cuatro y cuarto.
Mi mirada volvió a dirigirse hacia el reloj,
ansiosa. La aguja pequeña efectivamente marcaba las cuatro, pero la grande anunciaba
que Peter llegaba tarde, deslizándose rítmicamente hacia las y media.
Bebí un sorbo del café, notando inevitablemente el
temblor de mis manos en aquel sencillo gesto. El maldito nudo de mi estómago
cada segundo parecía ser más y más sólido, amenazando con ahogarme, y el
líquido que se deslizaba por mi faringe no hacía nada por aliviarlo.
Intenté no contar los segundos que pasaban sin
remedio, pero me encontré marcando su paso con la punta del pie, sin apartar la
vista de la superficie vacía de la mesa, que solo estaba ocupada por mis manos
crispadas.
Una repetición del sonido de campanilla me hizo
volverme, aterrada y esperanza a partes iguales. Luego, mi corazón titubeó
durante un instante, para luego emprender una carrera desaforada, golpeando
alocado contra mis costillas. Peter me buscó por la cafetería abarrotada y me
dedicó una sonrisa cálida al verme sentada sola en la mesa pegada a la pared,
medio escondida del resto del mundo, medio esperando que él nunca me viera.
Se paró antes de acercarse para pedir un café.
Al igual que hacía desde que era niña, en ese
momento, con los nervios a flor de piel y el temblor en los dedos, tiré de las
mangas de la camisa hacia abajo, cubriendo las manos, señal de mi debilidad.
Inspiré hondo y me obligué a ser fuerte.
Llevaba los dos últimos días sin dormir, sin comer,
viviendo solo con una obsesión en la cabeza. Sabiendo lo que deseaba, pero al
mismo tiempo, desconociendo qué hacer. Porque, como en todos los grandes
dilemas de la vida, mi corazón y la razón se enfrentaban con uñas y dientes,
ambos exigiendo ser escuchados e indicándome direcciones contrarias.
Pero, en el fondo, yo sabía la verdad. Sabía la resolución con la cual podría seguir
adelante, y, con cual, en cambio, me encadenaría a mí misma a una rutina lenta
que me iría desgarrando poco a poco por dentro. Me conocía lo suficiente como
para saber que, si me cortaba las alas y me obligaba a tomar tierra, a
permanecer con los pies con el suelo en lugar de con la cabeza en las nubes,
sería infeliz durante el resto de los días en los que viviera.
Me obligué a pensar en eso mientras Peter se
acercaba a mi mesa. Y cuando se inclinó para rozar mis labios con los suyos, me
alejé rápidamente, dejando que el contacto apenas se prolongara unos segundos.
Él percibió mi renuencia ante su saludo y frunció el ceño.
-
¿Pasa algo, Luce? – se apresuró a preguntar,
sentándose en el sitio frente a mí.
Su mano buscó la mía por encima de la mesa, pero
volví a huir de su contacto, escondiéndolas en mi regazo.
-
Lo cierto es que sí – comencé. Dudé, me paré.
Respiré hondo y me repetí a mí misma las palabras que había ensayado en mi
mente sin cesar desde que aquella mañana había tomado la decisión finalmente.
Una decisión que, en realidad, no lo era, pues desde el primer momento la
dirección por la que me iba a encaminar estaba escrita.
Él esperó a que continuara y, por un momento, la
tristeza que embargó su mirada estuvo a punto de hacerme retroceder. Pero
ninguno nos merecíamos eso. Nos estaría condenando a una infelicidad a largo
plazo de la que era mejor escapar cuanto antes.
-
Nos hemos estado viendo desde hace ya casi un
mes – bajé la vista hacia la mesa de nuevo, rehuyendo fijar la vista en sus
ojos. – La verdad, Peter, es que me gustas. – Me armé de valor y volví a
levantar la vista, clavándola en él. Se merecía que lo mirase a la cara cuando
le dijera todo lo que me estaba ahogando por dentro, en el momento en que
supiera la verdad. – Eres un chico increíble. Eres comprensivo, eres dulce y una
de las personas más agradables e inteligentes que conozco.
-
¿Por qué siento que hay un pero detrás de esa frase? – su voz denotó la profunda angustia que
sentía. Su rostro se descompuso.
-
Ya he dicho que eras inteligente, ¿recuerdas? –
intenté bromear. Ninguno rio, por descontado, aunque conseguí elevar
ligeramente las comisuras de mis labios en un patético intento de aligerar el
tenso ambiente.
La canción que se oía de fondo en la cafetería
cambió en ese momento y se convirtió en una suave melodía acompañada de palabras
francesas que no entendí; pero, aun así, de algún modo, me dieron el impulso
que necesitaba para continuar.
-
Eres la clase de chico que haría feliz a
cualquier mujer. Eres… la opción correcta, la que te proporciona seguridad y un
futuro estable en una casa con porche y dos hijos en una escuela privada. Me
imagino mi futuro contigo y nos veo cenando juntos cada noche mientras hablamos
de la jornada, y quedamos con otras parejas para hacer un picnic el fin de
semana. – Me detuve para coger aire. – Esa es la clase de futuro que cualquier
chica sensata desearía.
-
Pero no es lo que tú deseas – susurró él.
Negué lentamente con la cabeza, confirmando sus
palabras.
-
No lo soy. Eres la opción correcta, pero no eres
la opción que deseo elegir. No quiero un futuro perfecto. Sé que contigo
conseguiría estabilidad, tranquilidad, pero… - mi mirada se dirigió hacia el
enorme ventanal que daba a la calle. Allí, fuera de la cafetería, había
empezado a nevar con delicadeza, los suaves copos flotando por todas partes y
volviendo la ciudad blanca poco a poco. – Lo prefiero a él.
-
Lo sabía. – Emitió una risa baja, apesadumbrada.
– Sabía que esto estaba relacionado con Andrew.
-
Lo siento – suspiré, sin ser capaz de afrontar
mirarlo.
-
Te romperá el corazón, lo sabes, ¿verdad? Te
hará daño.
Asentí con la cabeza mientras los ojos se me
llenaban de las lágrimas que no había podido seguir conteniendo. Se deslizaron
por mis mejillas, dejando un rastro húmedo a su paso, y muriendo en las
comisuras de mis labios.
-
Lo sé. Pero… no lo puedo evitar. – Sonreí con
tristeza. – Sé que probablemente me hará daño, sí. Sé que discutiremos un par
de decenas de veces al día. Pero… prefiero discutir con él a estar con
cualquier otro – me encogí de hombros. – Sé que me destruirá, pero será la
condena más dulce que exista. Prefiero vivir sobre su moto a doscientos
kilómetros por hora antes que permanecer encerrada en una existencia yerma y
vacía de pasión. Prefiero los besos desenfrenados en mitad de una tormenta, aun
sabiendo que seguramente acabaré lastimada por esta decisión. Él me produce
escalofríos solo con su sonrisa. Me hace sentir viva, viva de verdad, con la sangre martilleando en mis venas y las
ganas de gritar en el pecho.
>> He
intentado ser buena – seguí con los ojos el trayecto de los copos, perdida en
mis propios pensamientos. – De verdad que lo he intentado; alejarme de él,
ponerme a salvo a mí misma, lejos del peligro que supone su cercanía. Pero… me
muero por dentro cada vez que beso otros labios que no son los suyos, y tengo
el mono si paso más de unas cuantas horas sin oírlo tomarme el pelo y reírse. He
intentado, por una vez, elegir lo correcto. Pero… - sonreí levemente al pensar
en Andrew, con su cabello despeinado y sus ojos pícaros, que prometían devorarme
– supongo que estoy loca y por eso prefiero encaminarme a la autodestrucción.
Volví
a girarme hacia Peter, que me observaba casi con lástima mientras escuchaba en
silencio. Vi con claridad en su gesto que no era capaz de comprenderme, pero
eso no importaba. Yo sabía lo que mi corazón estaba gritando y no necesitaba a
nadie más para seguir sus latidos.
-
Entonces… esto es un adiós. – En un intento de
ser amable, Peter tendió su mano hacía mí, de una manera fría y formal.
Me reí y acepté su mano. Él suspiró.
-
Ojalá me eligieras a mí. Te haría mucho más
feliz que él.
Sacudí la cabeza.
-
Contigo, nunca sería feliz del todo. Siempre
habría una parte de mí, una parte que me hace ser realmente quien soy,
consumiéndose por dejarla encerrada. Necesito la adrenalina, los gritos, las
peleas. La reconciliación. La forma en la que él y yo chocamos y volvemos a
encontrarnos. La chispa que nos hace perder la cabeza cuando estamos juntos.
Aunque él sea demasiado impulsivo y yo me enfade cada vez que habla con otra.
Aunque nos hagamos daño, lo necesito, más que el oxígeno en cada bocanada de
aire.
-
Espero que seas feliz – se despidió Peter y me
sorprendí al descubrir que hablaba con sinceridad. – Espero que él no te haga sufrir.
Tras esas palabras, se levantó, se dio la vuelta y
se marchó, sin volver a mirar atrás.
-
Yo también lo espero. – Musité, aunque ya no me
oyó.
Me quedé
allí sentada, contemplándolo alejarse de mí y de mi vida para siempre. Durante
una fracción de segundo, me planteé si estaba tomando la decisión correcta.
Pero, al mirar los copos de nieve cayendo de nuevo al otro lado de la ventana,
supe que era así.
Fueran las que fueran las consecuencias, no podía
eludir los dictados de mi corazón. Y ellos me dirigían irremediablemente hacia
Andrew, con su mirada devastadora y el frenesí que suponía nuestro día a día.
Aunque él fuera indomable. Aunque se pusiera celoso de cualquier tío que me
mirara y recurriera a la violencia con demasiada facilidad. Aunque fumara una
caja de cigarrillos al día y se emborrachara todos los sábados.
Porque, en el fondo, los dos éramos iguales, dos
almas descontroladas que se necesitaban aunque en ello se les fuera la vida.
Place de la République Una dulce canción francesa de fondo.
(Esta entrada se la debo a la chica que me enseñó la canción, y un millón de cosas más. Gracias por escucharme siempre, aunque a menudo sea insoportable).
Ya vuelves a ser la que siempre has sido *-* Pero le faltó una chispa de dramatismo porque Peter se muestra muy neutral, es como si no le importara Luce. Simplemente le cedió la mano y se fue e_e
ResponderEliminarPues fíjate que la cancioncilla me gusta, tiene un algo ahí que no sé, tal vez sea porque hace siglos que no escucho nada en francés y el acento me enamoró.
Solo llevaban saliendo un mes y, en realidad, él ya se lo esperaba. Ella siempre estuvo enamorada de Andrew, desde antes de empezar con Peter, solo que se empeñaba en negarlo porque sabía que sería perjudicial para su salud.
EliminarA mí la canción me tiene completamente enamorada.